miércoles, 31 de marzo de 2010

Las frutas del mburucuyá (Cuento infantil - Clic aquí para escuchar)

Ilustración: Yaqui Melhem
Era la hora de la siesta y los padres de Ramón descansaban. Él no se podía dormir y tenía ganas de escaparse un ratito pero su mamá siempre le decía que no debía salir solito al patio y menos a la siesta para que el señor sol no le hiciera daño. Además, debía cuidase mucho de la solapa, que a esa hora se paseaba por los jardines soleados, para atrapar a los chicos desobedientes que se escapaban sin permiso.
Ramón nunca la había visto. Sus amigos lo asustaban contándole cosas que le daban mucho miedo. Le decían que la solapa era una vieja mala, muy mala, pero él nunca la había visto, porque sus papás no lo dejaban salir a esa hora al patio. Al patio grande como el cielo, sin alambrado y cubierto de plantas y nidos de pájaros, que a él le gustaba mirar cundo su papá lo levantaba y podía asomarse sobre el nido para ver los huevos o los pichoncitos. Pío, pío.
Se sentó en la cama y comenzó a mirar por la ventana. ¡Que lindo estaba afuera! El sol se reflejaba en un charco de agua donde se bañaban los patos que nadaban felices a esa hora de calor. Ramón los miraba embelesado hasta que no pudo más y, casi sin darse cuenta, salió caminando. Vio reflejado algo redondo y muy rojo, justo sobre la tortuga Felipa, que también estaba disfrutando del fresco. ¿Qué era eso?, iba a llamar a su padre para preguntarle, cuando vio prendidas de un árbol un montón de pelotitas rojas que colgaban de una enredadera. Mientras que un picaflor sobrevolaba sobre una de las flores que era redonda y azul. Quiso atraparlo y se levantó corriendo, pero el animalito desapareció rápidamente.
Ramoncito se quedó muy quietito, luego alargó su mano y trató de sacar uno de los redondeles rojos. Estaba tan tierno que cundo lo apretó se le rompió entre los dedos y un montón de semillitas negras se le resbalaron y no podía sostenerlas…Quedó asombrado, y sin poder contenerse se la acercó a los labios y sintió un sabor agradable, tan agradable que se lo comió. Era muy rico, entonces cortó otra y otra, y comió tantas pelotitas rojas hasta que no quiso más. Y se sentó abajo del árbol por donde trepaba la enredadera.
¡Qué ricas eran! Muy quieto siguió mirándolas hasta que se quedó dormido. Y Ramón se durmió, se durmió tanto que cuando su mamá se despertó y no lo encontró en la cama, comenzó a llamarlo y llamarlo: ¡Ramón, Ramón! Pero él no oía nada, estaba profundamente dormido. Entonces su mamá salió al patio y lo vio. Se asustó mucho porque el nene estaba dormido debajo del señor sol, que a esa hora quemaba mucho.
-¡Cómo te has dormido hijito! –dijo su mamá-. ¡No sabés que el sol a esta hora es malo y enferma a los chiquitos que salen al patio y se quedan dormidos!
Quiso despertarlo, pero no pudo.
¡Ramón, Ramón!, repetía, pero el gurisito no se despertaba. Entonces lo tomó en sus brazos, lo besó mucho, mucho y lo acostó en la cama.
La pobre madre llamó desesperada a su Juan, que vino rápido. Tenía el cuerpo muy caliente y notaron que sus manos y su boca estaban manchadas de rojo. ¡Ha comido mburucuyá!, dijo el padre. Sí –contestó la madre-, pero no son venenosos.
¿Qué vamos a hacer ahora? No sabemos cuanto ha comido, ¡y calientes! Llamaremos al médico, yo voy enseguida dijo el padre. Salió al patio, montó su tordillo y salió al trote.
Cuando llegó al pueblo se dirigió al consultorio del doctor que lo atendió muy bien. El doctor Marcelo llamó a su señora Patricia, que también era doctora, y juntos fueron a la casa de Ramón. Cuando llegaron, comenzaron a revisarlo, pero el nene no despertaba. Así estuvieron toda la tarde sin que lograran reanimarlo. Los abuelitos de Ramón, que habían ido a visitarlo, estaban muy preocupados. Los dos viejitos caminaban nerviosos.
¡Qué desgracia!, para colmo había empezado a llover torrencialmente. Relámpagos y truenos amenazaban con seguir toda la noche.
Los doctores, sentados junto a la camita, trataban de reanimarlo, cuando de pronto escucharon una conversación que venía de la cocina –la pared era muy finita, porque era de madera y se escuchaba todo clarito: ¡Voy a matarlos a los dos!, decía el abuelo, y parecía enojado. ¡No, no quiero matarlos!, respondía la abuela. ¡Sí, te digo que los voy a matar, dejáme hacer las cosas a mi, yo sé lo que hago! ¡No, no, no sabés, cómo los vas a matar!
Los doctores oyeron la conversación y se miraron asustados. ¡Los quieren matar a ellos! Pero, ¿por qué? si estaban haciendo todo lo posible por salvar al nene. La tormenta continuaba. Cada vez llovía más fuerte, con tanto barro no se podrían ir, pero tampoco querían dejar al nene solo. Debían esperar hasta que Ramón despertara. Cerca de la medianoche, oyeron ruidos que venían de afuera. ¿Qué pasaba?, eran los abuelos otra vez. ¡¡¡Te dije que los voy a matar a los dos!!! ¡Te pido que no los mates, por favor, haceme caso!, rogaba la anciana. Después, los ruidos se confundieron con la lluvia y ya no oyeron más nada.
Ramón abrió los ojos, y mirando a su madre dijo: “Mamá, mamita, vos estás ahora conmigo. Recién estaba con el Ángel de la guarda. Se sentó y me acariciaba la cabeza. Es un ángel muy bueno, tiene rulos negros como los tuyos”. Había estado soñando.
Ahora que está bien, nosotros vamos a irnos, dijo la doctora. No, es imposible, dijo el papá, ha llovido tanto que los campos están inundados. Mejor se quedan hasta mañana, tempranito ato el carro y los llevo. Pero la doctora estaba muy asustada por lo que les había oído decir a los abuelos y se quería ir enseguida. No, quédense un rato más, dijo la mamá, ya casi está amaneciendo. Cuando termine de aclarar, el Juan los lleva en el carro. Además, los abuelos les están preparando un rico almuerzo. El abuelo quería matar dos pollos, pero la abuela no quiere que maten ningún animalito, ella los quiere mucho y los cuida para que nadie les haga daño. Por eso no lo dejó al abuelo matar los pollitos. Pero les hizo unas ricas empanadas de verduras para agasajarlos.
El doctor Marcelo y la doctora Patricia se miraron felices y acercándose a Ramoncito, lo besaron mucho. Se había salvado, gracias a Dios ¡Pero qué susto!

martes, 30 de marzo de 2010

NOCHE DE REYES (Cuento Infantil)

de Elsa Elena Serur Osman
Diseño de portada:
Ma. Cecilia Gallino - Mariana Melhem

Diseño y diagramación interior:

María Cecilia Gallino

Ilustraciones:

Yaqui Melhem

En el medio del campo, en un nido hecho de barro y paja -un poco más grande que el del hornero- nació una noche RAMON.

Su papá, con troncos y ramas de sauce, le preparó el primer regalito: Una cuna de sol y alegría, que su mamá entibió con un gran manto tejido por ella, en las noches de lluvia.

Y RAMON fue creciendo, creciendo felíz. Acunado por los grillos y los pájaros que se arrimaban curiosos al patio; al patio GRANDE COMO EL CIELO donde la brisa se olvidaba entre los árboles, formando un enorme abanico de susurros y secretos en la fresca inocencia de todo el campo abierto.

Una mañana muy temprano, Ramón salió a caminar. Nadie lo vió, porque estaban dormidos.

La música del amanecer lo ayudó a hacer caminitos entre las ramas y el rocío que todavía brillaba sobre las hojas.

Y así, fue despertando el monte con su andar. Le gustaba caminar; caminar lentamente sobre la alfombra húmeda de los pastos, donde las ranitas y las lagartijas se asomaban curiosas para saludarlo y luego se escondían haciendo cruak-cruak entre las hojas mojadas.

De pronto, un conejo que estaba escondido detrás de un matorral, quiso escapar asustado al oír sus pasos. Pero RAMON lo vió y corrió tras él. Quería tenerlo un momento en sus manos para acariciarlo.

Pero el conejo era rápido y hermoso. Tenía las orejas muy largas y manchas rojas sobre el cuerpo blanco.

Y RAMON quería alcanzar ese copo de nieve que se perdía entre las flores y volvía a aparecer.

Desde la copa de un árbol, una lechuza traviesa lo chistaba CUS, CUS, CUS.

Y un terito muy elegante que se paseaba por allí levantó vuelo mientras gritabaa TERU, TERU, TERU, para que todos los animalitos salieran a saludar a RAMON, que esa mañana había venido a visitarlos.

Una perdiz se acurrucó asustada entre los pastos, porque era muy miedosa y no sabía muy bien lo que pasaba. Y la señora Tortuga que llevaba puesta una hermosa caparazón con pintitas rojas, verdes y amarillas y un sombrero negro en la cabeza, fue sorprendida justo en el momento de su desayuno.

Se detuvo un momento a observar lo que pasaba, mientras terminaba de comer la margarita azul que casi pierde en el apuro.

Luego, con toda elegancia se tiró al charco, para observar con más tranquilidad lo que pasaba.

RAMON seguía corriendo, corriendo detrás del conejito hasta que no lo vió más.

Seguramente se habría escondido en su cueva.

Ya no lo podría encontrar. Entonces se sentó a descansar mientras reía de contento.

Los macachines amarillos se apretaron para dejarle lugar.

Y RAMON dejó pasar el tiempo mientras acariciaba las flores y escuchaba el canto de los pájaros que buscaban sus nidos para darle de comer a sus pichones, que esperaban ansiosos con los piquitos abiertos: ...Tenían hambre.

Y así mucho tiempo, sin que él lo notara.

Estaba distraído observando todo lo que pasaba en el campo. Entonces, recién entonces se dio cuenta de que el señor Sol ya no estaba sobre su cabeza.

Era muy tarde entonces -pensó- debía volver pronto a su casa. Sí, quería volver con su mamita, enseguida. Se paró y miró para todos lados.

Entonces, comprendió muy asustado que estaba perdido. Sí, se había alejado demasiado y ya no veía su casa. ¡ESTABA PERDIDO EN EL MEDIO DEL MONTE! ¿Como iba a volver? Empezó a moverse por todos lados, pero cada vez se perdía más y más.

Vio que el bosque se iba espesando; los árboles cada vez estaban más juntos y él ya no podía REGRESAR.

Asustado, se puso a llorar, a llorar de frío, de hambre, a llorar de MIEDO. ¡Las lágrimas azules corrían por sus mejillas! Se había perdido y estaba solito, ¡SOLITO! y muy lejos de su casa, ¿Que iba a hacer?...

Ya había pasado un rato y RAMON seguía llorando, cuando entre tantos animales silvestres apareció una gallina. ¿Una gallina? Creyó que estaba soñando.

Cacareaba alegremente: PI, PI, PI; aunque parecía enferma, porque tenía muy pocas plumas.

Pero él la reconoció enseguida. ¡ERA SU PICARONA! Su querida PICARONA. Que hacía mucho se le había perdido y ahora la encontraba.

Pero, ¿Como harían para volver si ninguno de los dos conocía el camino?

El animalito se acercó lentamente, le picó el talón y como invitándolo a seguirla empezó a caminar delante de él. Y RAMON la siguió, la siguió.

Por momentos no la veía, iba muy rapido, se perdía entre los pastos; luego aparecía y el corría lloroso detrás de ella.

Era su amiga, su buena amiga que lo fue sacando del monte. Anduvo mucho, mucho y ya estaba casi oscuro, cuando Ramón reconoció el lugar. Estaban cerca de su casa y ya se oía el llamado ansioso: ¡RAMON! ¡RAMON!...era la voz de su mamá.

Contento levantó a su gallinita, y acurrucándola entre sus brazos corrió por el caminito hasta donde estaban sus padres.

Con gran alegría trataba de contarles todo lo que le había pasado. Ellos se alegraron mucho cuando lo vieron. -¡Hijo, hijo querido! Dónde has estado. Te hemos buscado todo el día-. Decía su madre llorando. Ahora lloraba de felicidad. Porque su nene estaba de nuevo en casa.

-Me perdí, y no podía volver, porque no sabía el camino- respondió RAMON

-No debes alejarte tanto de la casa

-dijo el padre-.

Y mirando a la Gallina le ordenó:

-¡Suelta ese animal! ¡está enfermo!

-¡Sí -dijo la mamá- déjala ir!

-No mamita, ¡NO!, es mi amiga -decía RAMON mientras entraba corriendo a la casa apretando la PICARONA para que no se la quitara-. Ella es mi amiga y me enseñó el camino; si no, yo no hubiese podido volver- repetía el niño.

-No, hijo, ¡no! el que te ayudó a volver fue el ángel de la guarda- dijo su madre.

-¿Quién es el ángel de la guarda, mamita?

-Un ángel muy bueno, que siempre ayuda a los niños cuando están en peligro- contestó la señora.

-¡No mamita, no!, me trajo la gallinita- repetía el hijo.

-¡Esa gallinita está enferma! -Intervino el padre-, tendremos que matarla porque de lo contrario va a contagiar a las demás.

RAMON asustado, ¡no podía creerlo! ¡Querían matar a su gallinita! Salió corriendo y en el patio soltó al animal que desapareció en pocos minutos.

-¿Por que la dejaste escapar, hijo?- Preguntó la mamá.

-¡Por que es muy buena, mamita, muy buena! Ella me trajo de vuelta. Yo estaba solito en el bosque cuando me encontró.

-Bueno, bueno, está bien; vamos a curarla entonces- dijo el padre.

Y todos salieron al patio a buscar al animal. Pero, por mas que la buscaron y buscaron, no la pudieron encontrar. La señora gallina había desaparecido.

RAMON estaba triste porque sus mayores no comprendían que la Picarona era su amiga. Lo había salvado de dormir solo en el bosque. Si no fuera por ella no hubiera podido volver, y no estaría ahora durmiendo calentito en su casa.

Pasaron los días y nadie se acordaba de su Picarona. ¿Dónde estaría ahora? Se preguntaba RAMON.

Así llegó el día de Reyes. A la tardecita preparó un tarro con agua fresca y un montón de hojas verdes y flores para que comieran los camellos.

Seguro de que llegaban con hambre y sed. Luego dejó todo junto a sus zapatillas en el patio, al lado de la puerta

Había llovido mucho en esos días, pero su mamá le dijo que vendrían igual, a pesar del barro.

Entonces le contó que podían bajar por una escalerita finita de oro, con los tres camellos y las bolsas de juguetes, despacito, despacito, despacito, uno detrás del otro, justo hasta donde él había dejado la comida para los camellos.

Esa noche se acostó muy temprano y rezó mucho, mucho, pidiéndole a la Virgencita y al Niño Dios que los ayudara a llegar. Y le trajeran su Picarona sana y alegre. Por fin, se durmió.

A la mañana siguiente se levantó antes de que saliera el sol.

Estaba apurado por saber si le habían traído lo que él le había pedido: ¡Su Picarona!

Cuando salió al patio, su alegría no tenía límites.

¡Los REYES LA HABIAN ENCONTRADO!

Y ahora estaba allí, junto a sus zapatillas, rodeada de un montón de capullitos amarillos que parecían flores de margaritas que se movían y picoteaban el pasto que él había cortado para los camellos.

¡Su linda Picarona! Sana y con un montón de pollitos que caminaban inquietos a su alrededor.

La alegría no lo dejaba hablar. Miró a sus padres y los vio contentos, entonces abrazó feliz a su gallina. Nunca más volvería a perderla.

Los Reyes se la habían devuelto con una cantidad de pichoncitos, que no la dejarían escapar. Miró al cielo para agradecerles y vio cómo los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltazar, se perdían allá arriba, detrás de una nuve grandota. Mientras su Picarona le picaba los dedos para que la soltara.


lunes, 29 de marzo de 2010

BUENOS VECINOS (Novela) Premio "Fray Mocho"



La trama social y los comportamientos de sus integrantes, dejan al descubierto las tortuosas relaciones humanas, donde se confunden las apariencias con las verdaderas intenciones que subyacen debajo de ciertas actitudes sociales.
No siempre lo reprobable está en las apariencias, sino en el fondo oculto de las miserias humanas, donde a veces los personajes que la sociedad exorciza, son los más rescatables desde el punto de vista de los valores humanos.
Eise Osman
Presentación de Laura Erpen: "La ciudad está enorme y ruidosa, ha perdido aquella bonhomía que la hacía cansina, lacia, encantadora. La miro mientras manejo, temerosa de motos y bicicletas que me asedian a diestra y siniestra y la mido y pienso en aquellos inolvidables 60...justo ahora que ando batallando el día a día con mis propios 60, indomable y febril, exactamente igual que en aquellos tiempos ...
Porque así somos los que fuimos jóvenes en aquella década fantástica, en la que enhebramos un rosario de principios que soñábamos altos y nos hacían volar más alto aún...
Somos los del “ prohibido prohibir” , los de “ hagamos el amor y no la guerra” , los que empezamos a transgredir las normas del “ bien vestir” clásicas , quienes soltamos las piernas al viento al compás de Mary Quant y sus minis mínimas , las que descubrimos que Twwiggy era así de flaquita , las que consideramos que no podríamos estar sin un “ petite robe noir” tipo Chanel , las que copiamos a Jackie, las que vimos emerger de Sierra Maestra una esperanza, las que nos enamoramos para siempre de Sinatra y “ My way” , las que tomamos como ícono sensualote e inocente a Marylin , los que vimos cómo las bellas artes renacían con las ideas arriesgadas de Andy Warhol ,los que rechazamos todos los Vietnam, los que propusimos “ empoderar” a las mujeres” , los que consideramos nuevos modos de amor y respeto por cada uno, las que suspirábamos como Susanita y terminamos tomando las banderas de Mafalda ...
Somos aquellos mismos, pero la ciudad es otra...
Dicen los que saben que llegados a estos tiempos de la vida, nos enfrentamos a una nueva paradoja: el desapego y la reminiscencia.
A medida que el tiempo pasa, nos quedan los recuerdos contrastando con los huecos de esta vida extraña que nunca supusimos iríamos a transitar, con estos bruscos movimientos de fragmentación de todo un mundo que estalló en la globalización como en un big bang impredecible.
Conforme van pasando los años, uno se prende de los recuerdos para enfrentarse a una cuestión inexcusable: rendirse a la evidencia de que cuando aquellos días eran prometedores, estábamos rompiendo diques de contención de toda una historia y saber que en medio del aluvión uno debe sostenerse en el recuerdo de sus horas decisivas para asirse a un madero que permita la autorreferenciación.
Cabe, en la literatura, escribir para escribirse, narrar para narrarse, construir un relato abarcador y diacrónico, un suceso que se despliegue y justifique y nos justifique. Y que no se hable de egos sobredimensionados, por las dudas, aclaremos, somos apenas pequeños habitantes de un universo en mutación y precisamos construirnos y reconstruirnos día por día.
Y que no quede duda alguna: en pleno siglo XXI, los de los 60 y a los 60, estamos de pie y listos para seguir ocupando espacios... y bien ganado que tenemos ese derecho.
Por allí suena, nos parece, la voz de John Lennon y creemos estar escuchando “Imagine”. Y nuestros sueños siguen intactos... ¡qué maravilla!, ¿verdad?
Elsa también perdió el paraíso, no es ajena a esta mudanza de las cosas… pero lo recobró en esta novela que hoy nos entrega.
El suyo es un paraíso urbano, de barrios con vecinos y conversaciones, de costumbres compartidas, de sucesos extraños que conmueven y alborotan el ambiente, de descubrimientos e invenciones que sacuden el lento acontecer de los pueblos y sus gentes, de malentendidos y comentarios, de ir y venir afanosos en busca de la cuota de asombro que permita renovar el oficio de vivir.
La narrativa entrerriana ha sido más dada a registrar las épicas que al transcurrir menudos de los pueblos. Han prevalecido las historias con gauchos indómitos, chuzas ardorosas y ánimos bravíos, los cantos a la libertad rebelde…
María Esther de Miguel logró zafar de este destino y se ubicó en un borde ricamente ambiguo, pero tuvo que acudir a Buenos Aires para el reconocimiento.
Las que aquí nos quedamos, hemos dado lucha sostenida para no naufragar en nuestros intentos…y no siempre lo hemos logrado. Persistimos, sin embargo…persistimos…
Entendimos justo que se reconociera, también, a estas narrativas urbanas, amables, pintorescas y pícaras. Por eso, celebramos que este premio mayor de nuestra literatura, el Fray Mocho, haya sido otorgado a Buenos vecinos, novela entrerriana, bien entrerriana , que nace de una mujer que nos sonríe mientras deja que sus reminiscencias y sus ficciones entretejan una historia agradable, placentera y celebratoria de nuestras costumbres, nuestros modos de vida y nuestra forma de ser.
Era hora de que el discurso oficial y hegemónico aceptara y validara que las mujeres nos hemos empoderado en la palabra y que tenemos nuestro propio y legítimo lugar. No ha sido fácil y hemos pagado el precio por nuestros atrevimientos, ¡vaya si lo sabremos!
Pero aquí estamos… ¿quién nos para ahora?"
Laura Erpen
Capitulo I:
La lluvia lenta y fría se prolongaba sobre los campos dormidos en aquella noche de junio. Sonoro repiqueteo sobre el techo de cinc de la habitación del estudiante.
Alonso Suárez se movía inquieto en su lecho, la pesadilla había regresado. Soñaba, soñaba otra vez con la vieja. Veía nítidamente su sonrisa maliciosa y desdentada que le sonreía desde el cielorraso; mientras sus ojos perversos lo observaban fijamente sin apartar ni por un momento su mirada de la del estudiante. Luego, la cabeza sola de la mujer, apartada por completo de su cuerpo, descendía, descendía…, lentamente, y quedaba detenida en el aire, justo sobre su rostro, hasta que una carcajada siniestra se adueñaba del silencio y desvanecía el sortilegio.
Alonso Suárez se despertaba sobresaltado, encendía la luz y se quedaba sentado en la cama, sin atreverse a dormir nuevamente, ante el temor de que el sueño se repitiera. Era un sueño espantoso que volvía cada noche para atormentarlo.
Desde que doña Tomasa, la dueña de la pensión, le contó aquellas historias, el muchacho vivía atormentado.
Hacía cerca de un mes que había llegado a Paraná para estudiar.
Por medio de unos amigos conoció a la familia Mendieta, que no tenía pensión, pero si una casa antigua, muy grande y le ofreció una habitación en el altillo, que el joven aceptó contento. Le pareció un lugar agradable, además de cómodo para vivir, ya que quedaba en el centro de la ciudad.
En realidad eran dos construcciones viejas comunicadas por un boquete en el tapial del fondo que hacía las veces de puerta.
“la casa de papito”, como las dueñas la llamaban.
Esas ruinas, habitadas solamente por arañas y murciélagos, eran un misterio para todos los que no fueran de la familia. Ellas decían que él seguía viviendo allí, y por eso les resultaba fácil venir a visitarlas por las noches, convertido en fantasma.
Las cosas permanecían en su lugar, como don Roque las había dejado.
-No queremos tocar nada, para que él pueda moverse entre sus cosas conocidas.
Todo hacía sospechar que el hombre había tenido allí un pequeño negocio. Por que doña Tomasa, la única que de vez en cuando cruzaba el boquete del tapial, volvía con madejas de lana para tejer, o con algún comentario malicioso sobre los espíritus que habitaban la vieja mansión, con el único propósito de inquietar al joven pensionista, que la miraba azorado y tembloroso.
-¡No me van a creer si les cuento lo que me pasó! –comentaba alarmada-. Cuando pasé por debajo de la ventanita del baño, oí el ruido de la lluvia y de alguna otra canilla, por que eso parecía una catarata. Entré rápidamente pensando que se habría roto algún caño y que podría inundarse todo. Debía solucionar el problema lo antes posible. Pero, ¡oh! sorpresa, al llegar me encontré con toda la cañería perfectamente cerrada, pero el piso y la bañera estaban llenos de agua ¿Me pueden explicar ustedes semejante misterio? ¡Porque lo que es yo, no sé qué decir! –decía mientras abría desmesuradamente los ojos y los fijaba en la aterrorizada mirada del pensionista.
Algunas veces, el estudiante soñaba que la mataba, la colgaba con una soga en la habitación que estaba en el fondo del patio –a la que Alonso nunca había entrado- y la pobre mujer quedaba pateando en el aire, mientras él escapaba desesperado.
Esa pieza de chapas, escondida entre el pastizal y los árboles, y adonde nunca se veía ir a nadie, despertaba la curiosidad del joven, por los comentarios misteriosos y en voz baja de sus dueñas.
Es el “refugio de los espíritus” –decían las mujeres tratando de acentuar cautelosamente sus palabras, para darle mayor oscuridad y secreto al comentario. Afirmaban que los mismos solían esconderse en ese sitio, cuando sofocados de tanto encierro –la casas abandonada permanecía siempre cerrada-, cruzaban el boquete del tapial que separaba las dos viviendas, y se encontraban con gente extraña. Entonces buscaban ese escondite, para que no los descubrieran.
Tanto misterio lo atormentaba. Más aún, cuando algunas veces, a medianoche, a la hora en que todos descansaban, él había oído voces que provenían de ese lugar y lo habían despertado.
Y a la mañana siguiente, después de haber pasado toda una noche aterrado y sin poder dormir preguntaba qué era, las dueñas le contestaban con evasivas, y esto lo intrigaba aún más.

domingo, 28 de marzo de 2010

Diálogos con Carlos Mastronardi

Prólogo de EMMA BARRANDEGUY
Mucho se ha escrito sobre Mastronardi, poeta grande entre los nuestros, y cuya obra completa tiene en prensa la Universidad del Litoral. No obstante, Elsa Serur toma un tema original: el de los amores de este poeta que nunca quiso atarse a un compromiso matrimonial, pero guardó celosamente todas las cartas de las mujeres que lo amaron y cuyo acervo posee por legado la señora Serur.
Ella ha construido con dichas cartas esa pequeña obra que, a través de esas misivas releídas en la noche, “en momentos en que la realidad se desvanece”, aparece en forma espectral el autor, ante su mesa de lectura, para comentarlas con Elsa y agregar desconocidos toques de ternura sobre aquellas damas que, con apego y pasión, llegaron a escribirlas.
El nocturnal ambiente favorece el diálogo con la sombra de Mastronardi, diálogo que Elsa recoge en la habitual destreza de su escritura, llevándonos a conocer la intimidad del poeta con palabras precisas y elocuentes.
La obra de Serur merecía ser editada para darnos otro aspecto de un Mastronardi siempre desconocido, y por la eficiente labor de la autora que, con frescura y elegancia, transita por aquellas cartas largo tiempo olvidadas, para ofrecernos otra verdad del poeta que mucho amo y fue amado desde su más joven presencia en Gualeguay. No en balde, en su primera poesía publicada (Tierra Amanecida, 1926) ya lo demuestra diciéndonos: “Volverá mi abandono a su cariño”, marcando un alejamiento que será la tónica de su vida afectiva.

Emma Barrandéguy
Gualeguay, abril de 2005
Diálogos con Carlos Mastronardi es una grisácea y sin embargo una luminosa reconstrucción literaria, un collage de epístolas, recuerdos, fragmentos, versos, que como hilvanados retazos exhiben la espesa pero por eso no menos transparente tela de la memoria, para que nos envuelva o enrede con su latido, el latido de Carlos Alberto Mastronardi.
Y hay mucho plata, algo de río y de pescador en este oscuro amante. A pesar de tanto encendimiento.
Y digo latido, porque Elsa Serur de Osman en esta cronológica recopilación epistolar nos aproxima a las mujeres que hicieron menos sola la solitaria vida de este gran escritor entrerriano que un día entregó lo que quedaba de tanta pasión para que Elsa nos mostrara este otro Mastronardi; que también él la soledad da poca confianza, quería que no muriera del todo.
Quien deposita algo tan íntimo (más allá de haberse manifestado que se quemaron algunas, ahogaron otras y enterraron muchas), en las manos de alguien en este caso las de Elsa, las deja en el aire, para el desparramo, el goce, el aleteo o tanto vuelo como le pone precisamente. Elsa, amiga y conocedora de la obra, junto a Eise, de este definidor definitivo de lo infinito.Tu trabajo, Elsa, tiene esa maravilla que en esta obra nombra con insistencia, profundamente, los crisantemos amarillos y le habla al jilguero. También algo del rocío, gota y lágrima y mucho de tanta ceniza y de poesía.
Prof. Luis Alberto Salvarezza
Capitulo I:
“La del alba sería…” a esa hora en que todo era quietud y penumbra en la vieja casona de Belgrano, me encontraba sentada junto al antiguo escritorio de la sala, leyendo y releyendo viejas cartas de amor, dirigidas a alguien, que alguna vez disfrutó de su soledad entre aquellas paredes, y que había muerto muchos años atrás.
Concentrada en la lectura, y alucinada tal vez por tantas horas sin sueño, repasaba aquellas misiva que casi mágicamente habían llegado a mis manos mucho tiempo atrás y que, cada tanto, me agradaba releer.
En ese momento justo en que la realidad se desvanece y la imaginación se adueña de nosotros, percibí un fuerte olor a cigarrillo que venía de las habitaciones oscuras y lo inundaba todo. Era una niebla espesa y perfumada que se expandía suavemente, envolviendo en ella la figura del viejo poeta que se acercaba con movimientos inseguros.
Retorna por un momento de la morada eterna, con sus pasos lentos, apenas perceptibles, que hieren el silencio y recorren la vieja casa buscando algún libro olvidado. Ya está junto a su escritorio –por que yo estoy sentada junto a su antiguo escritorio. Enajenada, y sin poder creer lo que me estaba ocurriendo, oigo su voz trémula:
-¡Mis papeles, mis libros, mis anotaciones, mis cartas! Todo lo dejé en esta antigua casa. Quiero verlos, recuperarlos por un momento. ¡Usted los está revisando, los está leyendo!
Recuerda que yo se los entregué antes de morir, ¿lo recuerda?, en sus propias manos, y en esta misma habitación, donde me agradaba quedarme horas leyendo y escuchando el murmullo de la gente que pasaba por la vereda. Me traía recuerdos de mi niñez.
“Así transcurrían las noches y me encontraban las mañanas. Vienen a mi memoria unas madrugadas de otoño en que la lluvia, regular y apacible como en el tiempo de la infancia, traía la eternidad al seno de las horas”.
“El tiempo me esperaba
desnudo como un grito –susurró apenas-”.
-Permítame que me siente a su lado y que le ayude a descifrar la letra de estas antiguas novias mías que alguna vez quise y se perdieron en el tiempo. Ya no recuerdo sus rostros. Pero aquí están todas las cartas que me han escrito, y que con tanto afecto guarde. Viejas cartas de amor dirigidas a mí, en tiempos ya olvidados. A través de ellas podrá usted conocer a este hombre tímido, que se dejaba querer, pero que nunca entregó su libertad a ninguna de ellas. “El gusto de la soledad no me parecía desagradable”....

Entrevista de Claudio Carraud para El Diario de Gualeguay

Diálogos con Carlos Mastronardi, el último libro de Elsa Serur
El nocturnal ambiente favorece el diálogo con la sombra de Mastronardi, diálogo que Elsa recoge en la habitual destreza de su escritura, llevándonos a conocer la intimidad del poeta con palabras precisas y elocuentes.(Emma Barrandeguy, abril de 2005)
Elsa Serur presentará el próximo viernes 23 de octubre a las 20.30 en el Club Social de Gualeguay su libro Diálogos con Carlos Mastronardi, editado por la Universidad Nacional del Litoral. El acto contará con la presencia, además de la autora, de Laura Erpen, Luis Alberto Salvarezza y Eise Osman.
“El libro habla sobre los amores de Mastronardi a partir de las cartas escritas por las mujeres que lo amaron y que él me entregó pocos días antes de morir. Y algunos diálogos que rescatan su posición frente a la vida y el arte”, afirma la autora de este libro que promete hacernos conocer al gran poeta gualeyo en una faceta más íntima.Sobre las expectativas que tiene con este libro, Elsa sostiene “de que se conozca mejor a nuestro gran poeta, porque a través de este libro se conoce el contexto donde se desarrolló su vida y la influencia de la misma en su obra”.
- ¿Cómo nace la idea del libro?-
La idea del libro nace porque si él nos confió sus cartas era para publicarlas y que no se perdieran sus recuerdos. Además, su única familia que era su sobrino Jorge Lecuna, me pidió que las publicara.
Elsa Serur y su esposo Eise Osman conocieron íntimamente a Carlos Mastronardi. “Lo conocimos en el café Tortoni, en Buenos Aires, por intermedio de un amigo. Desde mi época de estudiante admiraba a Mastronardi y Borges; y cuando tuve la suerte de conocerlo, de ser invitados por él para compartir un café en el Tortoni para mí fue muy gratificante, cuenta Elsa. Además, gracias a él conocimos a Borges. Ya no recuerdo la fecha pero nosotros éramos muy jóvenes y él ya era una persona mayor. A pesar de la diferencia de edad, nos hicimos muy amigos y nuestra amistad se fue profundizando cuando vivíamos en Holt y recibimos una extensa carta donde elogiaba los poemas de Eise, que luego prologó. Y vino a nuestra casa para leer la última prueba de galera; el libro se llama Poemas”.
-¿Cómo era la personalidad de Mastronardi?-
Era una persona muy sensible y con agudo sentido del humor, con una fina ironía. Su trato era selectivo, según la calidad intelectual de las personas que compartían sus códigos. Con el resto de las personas era amable pero poco dado a las confidencias.
“Mastronardi era un gran poeta, reconocido a nivel mundial, afirma Serur. Esto lo atestigua Eugene Montale, Premio Nobel de Literatura, que llevó a analizar, a una tertulia literaria en Florencia, la poética de Carlos Mastronardi; según cuenta César Tiempo. Después de esto podemos deducir cual es la importancia de Mastronardi en la literatura no solamente entrerriana sino mundial. Borges reconocía en Mastronardi un poeta que podía tomarse algunas licencias literarias, comparándolo con poetas de renombre mundial.”
- ¿Cómo lo recuerda?-
Lo recuerdo como un gran amigo. Intelectualmente –junto a Eise- compartimos muchos momentos de interés mutuo, en largas charlas donde intercambiábamos ideas sobre literatura y filosofía. Su comprensión del arte era apolínea; es decir equilibrado, coherente, dejando traslucir una ultra conciencia –en el caso de Valery y Mastronardi que no creían en el vitalismo, como creía Bernard Shaw- que denota de alguna manera un cierto equilibrio de la forma. Y la nuestra era dionisíaca; lo dionisiaco es la desmesura que se apoya en lo vital y tiene como fondo la tragedia según Nietzsche. Pero, de todas maneras, logramos conciliar en una síntesis ambas posiciones.
- Leí que Mastronardi tenía fobia a la luz, que era un personaje nocturno, ¿es cierto esto? ¿No se contrapone en algunos aspectos con su obra poética?-
Creo que de ninguna manera se contrapone la noche con el poeta, y Mastronardi, como el gran poeta Novalis, disfrutaba “la noche mística”. Recuerdo que en una ocasión nos visitó y fue invitado a compartir un asado en el balneario, y nos confesó su miedo al sol. Por supuesto que no fuimos y nos quedamos en casa, compartiendo una tallarinada.
Mastronardi vivió un tiempo en la casa de Elsa Serur y Eise Osman, antes de morir el gran poeta – tal vez por agradecimiento o en nombre de esa gran amistad- les legó su obra. “El quedó muy solo cuando murió su compañera Eduardita; esto se aclara leyendo las cartas del libro. Compartió una gran amistad con nosotros dos y confiaba en nosotros.”
Claudio Carraud
ccarraud@hotmail.com
http://www.eldiariodegualeguay.com.ar/

Selección de Elsa Serur y Eise Osman



Selección de Elsa Serur y Eise Osman
Carlos Mastronardi
A través de esta selección, queremos rendir un merecido homenaje a don Carlos Mastronardi, poeta, crítico y ensayista, que ha dejado profundas huellas en la literatura Argentina.
Hombre de sedimentados conocimientos, señor de las letras, como le diríamos nosotros, supo granjearse la admiración de muchos de sus contemporáneos, quienes se iluminaron con su prosa y se deleitaron con su poesía. Y los que tuvimos el privilegio de conocerlo, no solamente a través de su obra, sino de su conversación, podemos decir con Conrado Nalé Roxlo: Todo lector culto del país conoce y aprecia según su sensibilidad al Mastronardi escrito, pero sólo sus amigos, como es natural, conocemos al Mastronardi hablado, al narrador colorista y ameno, al evocador nostálgico de lejanías, al disparador inesperado de certeros epigramas, que destruyen jugando a la pesada fábrica levantada por el engolamiento docente del pedante, al bienvenido contertulio del café, que sazona con bien dosificados gramos de sal el diálogo corriente y cotidiano, al poeta de feliz memoria que deja caer con suave cadencia los versos que el momento requiere.
Goethe decía que la literatura era la sombra de la buena conversación. Por eso me propuse que la buena conversación de Carlos Mastronardi se convirtiera en obra literaria. El lector comprobará que mi empeño valía la pena.
Era un hombre de caparazón dura en su exterior; tal vez, de esa manera protegía su interior demasiado sensible. Empeñado siempre en permanecer detrás de su obra, sabía defender sus puntos de vista con una bravura intelectual digna de su lucidez. Lucidez y bravura que lo acompañaron hasta la muerte.
Recatado en su vestir, tenía la elegancia natural de un hombre refinado.
Su vida era la literatura. Vivía en el hotel Asturias, donde como él solía decir, prefería como Cervantes la noche para trabajar. Recién a la tardecita se lo veía caminar por las calles de Buenos Aires, hasta llegar al viejo Café Tortoni, donde se reunía con otros escritores, o con algún poeta joven que le leía sus poemas; pero que él rara vez aprobaba. Era hijo del rigor valeryano, se exigía a sí mismo, sin dejarse tentar jamás por los bienes terrenos, y aconsejaba a sus discípulos, cuando éstos eran merecedores de sus consejos, que entregaran su vida a la literatura, como una religión estética, claro ejemplo de su propio camino.
Podemos decir que su biografía poco puede aportarnos para valorar su obra. Leer y sumergirse en ese mundo poético, que profundiza lo universal y se afinca en su comarca local, al que él siempre añoró, al lugar que regresó en su último año de vida, recorriendo en auto las calles céntricas, los suburbios, el parque y las chacras, para volver a sentir ese paisaje tan querido, que iluminó sus páginas y donde él había nacido: Gualeguay
Elsa Serur de Osman

sábado, 27 de marzo de 2010

Editorial Universidad Nacional del Litoral


La UNL celebró los 15 años de su sello editorial.
El Centro de Publicaciones reconoció a autores y funcionarios que hicieron posible el proyecto editorial universitario. En el acto se anunció una nueva colección: “Ciudad”. También comenzó la distribución gratuita de diez mil ejemplares de cuentos para los chicos.

II Feria del Libro de Concordia y la Región

Escritores de la provincia compartieron sus últimas producciones con el público: Ricardo Maldonado (Paraná), Eise Osman, Elsa Serur de Osman (Gualeguay), Olga Lonardi (Gualeguaychú) y Miguel Ángel Federik (Villaguay), sumándose a los escritores locales y de la región con la intención de crear un clima de taller literario.

Universidad Nacional de Entre Ríos

Encuentro Provincial de Escritores bajo la organización del Programa de Difusión de Artistas Entrerrianos de la Secretaría de Extensión Universitaria y Cultura de la UNER y la Sociedad Argentina de Escritores Seccional del Río Uruguay.

Asociación Gremial de Docentes Universitarios

Nuevos títulos en la biblioteca de AGDU
Gracias a la gentil donación de libros realizada por ex docentes y escritores entrerrianos, nuevamente AGDU ha sumado títulos a su biblioteca.

Ediciones Universidad Nacional del Litoral

Diálogos con Carlos Mastronardi es una grisácea y, sin embargo, luminosa reconstrucción literaria, un collage de epístolas, recuerdos, fragmentos, versos, que como hilvanados retazos exhiben la espesa pero por eso no menos transparente tela de la memoria, para que nos envuelva o enrede con su latido, el latido de Carlos Alberto Mastronardi.

FERIA INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES

El Libro del Autor al Lector
Como ya es tradicional en la organización de este importante evento de alcance mundial, en cada jornada se destacan indistintamente países y provincias argentinas.

Antología de humor entrerriano

Se encuentra en grabación un CD y en imprenta está el libro de la “Antología de humor entrerriano”, que reúne a importantes autores para rescatar y divulgar aspectos de nuestra historia pasada, a través de la mirada del humor costumbrista, de la parodia o el humor por el absurdo.
Los autores contemporáneos que participan en el libro son Tuky Carboni, Adolfo Argentino Golz, Luis Luján, Elsa Serur, Eise Osman, Orlando Van Bredam, Américo Schvartzman, Oscar Blanc, Miguel Pepe, Luis Salvarezza.