lunes, 29 de marzo de 2010

BUENOS VECINOS (Novela) Premio "Fray Mocho"



La trama social y los comportamientos de sus integrantes, dejan al descubierto las tortuosas relaciones humanas, donde se confunden las apariencias con las verdaderas intenciones que subyacen debajo de ciertas actitudes sociales.
No siempre lo reprobable está en las apariencias, sino en el fondo oculto de las miserias humanas, donde a veces los personajes que la sociedad exorciza, son los más rescatables desde el punto de vista de los valores humanos.
Eise Osman
Presentación de Laura Erpen: "La ciudad está enorme y ruidosa, ha perdido aquella bonhomía que la hacía cansina, lacia, encantadora. La miro mientras manejo, temerosa de motos y bicicletas que me asedian a diestra y siniestra y la mido y pienso en aquellos inolvidables 60...justo ahora que ando batallando el día a día con mis propios 60, indomable y febril, exactamente igual que en aquellos tiempos ...
Porque así somos los que fuimos jóvenes en aquella década fantástica, en la que enhebramos un rosario de principios que soñábamos altos y nos hacían volar más alto aún...
Somos los del “ prohibido prohibir” , los de “ hagamos el amor y no la guerra” , los que empezamos a transgredir las normas del “ bien vestir” clásicas , quienes soltamos las piernas al viento al compás de Mary Quant y sus minis mínimas , las que descubrimos que Twwiggy era así de flaquita , las que consideramos que no podríamos estar sin un “ petite robe noir” tipo Chanel , las que copiamos a Jackie, las que vimos emerger de Sierra Maestra una esperanza, las que nos enamoramos para siempre de Sinatra y “ My way” , las que tomamos como ícono sensualote e inocente a Marylin , los que vimos cómo las bellas artes renacían con las ideas arriesgadas de Andy Warhol ,los que rechazamos todos los Vietnam, los que propusimos “ empoderar” a las mujeres” , los que consideramos nuevos modos de amor y respeto por cada uno, las que suspirábamos como Susanita y terminamos tomando las banderas de Mafalda ...
Somos aquellos mismos, pero la ciudad es otra...
Dicen los que saben que llegados a estos tiempos de la vida, nos enfrentamos a una nueva paradoja: el desapego y la reminiscencia.
A medida que el tiempo pasa, nos quedan los recuerdos contrastando con los huecos de esta vida extraña que nunca supusimos iríamos a transitar, con estos bruscos movimientos de fragmentación de todo un mundo que estalló en la globalización como en un big bang impredecible.
Conforme van pasando los años, uno se prende de los recuerdos para enfrentarse a una cuestión inexcusable: rendirse a la evidencia de que cuando aquellos días eran prometedores, estábamos rompiendo diques de contención de toda una historia y saber que en medio del aluvión uno debe sostenerse en el recuerdo de sus horas decisivas para asirse a un madero que permita la autorreferenciación.
Cabe, en la literatura, escribir para escribirse, narrar para narrarse, construir un relato abarcador y diacrónico, un suceso que se despliegue y justifique y nos justifique. Y que no se hable de egos sobredimensionados, por las dudas, aclaremos, somos apenas pequeños habitantes de un universo en mutación y precisamos construirnos y reconstruirnos día por día.
Y que no quede duda alguna: en pleno siglo XXI, los de los 60 y a los 60, estamos de pie y listos para seguir ocupando espacios... y bien ganado que tenemos ese derecho.
Por allí suena, nos parece, la voz de John Lennon y creemos estar escuchando “Imagine”. Y nuestros sueños siguen intactos... ¡qué maravilla!, ¿verdad?
Elsa también perdió el paraíso, no es ajena a esta mudanza de las cosas… pero lo recobró en esta novela que hoy nos entrega.
El suyo es un paraíso urbano, de barrios con vecinos y conversaciones, de costumbres compartidas, de sucesos extraños que conmueven y alborotan el ambiente, de descubrimientos e invenciones que sacuden el lento acontecer de los pueblos y sus gentes, de malentendidos y comentarios, de ir y venir afanosos en busca de la cuota de asombro que permita renovar el oficio de vivir.
La narrativa entrerriana ha sido más dada a registrar las épicas que al transcurrir menudos de los pueblos. Han prevalecido las historias con gauchos indómitos, chuzas ardorosas y ánimos bravíos, los cantos a la libertad rebelde…
María Esther de Miguel logró zafar de este destino y se ubicó en un borde ricamente ambiguo, pero tuvo que acudir a Buenos Aires para el reconocimiento.
Las que aquí nos quedamos, hemos dado lucha sostenida para no naufragar en nuestros intentos…y no siempre lo hemos logrado. Persistimos, sin embargo…persistimos…
Entendimos justo que se reconociera, también, a estas narrativas urbanas, amables, pintorescas y pícaras. Por eso, celebramos que este premio mayor de nuestra literatura, el Fray Mocho, haya sido otorgado a Buenos vecinos, novela entrerriana, bien entrerriana , que nace de una mujer que nos sonríe mientras deja que sus reminiscencias y sus ficciones entretejan una historia agradable, placentera y celebratoria de nuestras costumbres, nuestros modos de vida y nuestra forma de ser.
Era hora de que el discurso oficial y hegemónico aceptara y validara que las mujeres nos hemos empoderado en la palabra y que tenemos nuestro propio y legítimo lugar. No ha sido fácil y hemos pagado el precio por nuestros atrevimientos, ¡vaya si lo sabremos!
Pero aquí estamos… ¿quién nos para ahora?"
Laura Erpen
Capitulo I:
La lluvia lenta y fría se prolongaba sobre los campos dormidos en aquella noche de junio. Sonoro repiqueteo sobre el techo de cinc de la habitación del estudiante.
Alonso Suárez se movía inquieto en su lecho, la pesadilla había regresado. Soñaba, soñaba otra vez con la vieja. Veía nítidamente su sonrisa maliciosa y desdentada que le sonreía desde el cielorraso; mientras sus ojos perversos lo observaban fijamente sin apartar ni por un momento su mirada de la del estudiante. Luego, la cabeza sola de la mujer, apartada por completo de su cuerpo, descendía, descendía…, lentamente, y quedaba detenida en el aire, justo sobre su rostro, hasta que una carcajada siniestra se adueñaba del silencio y desvanecía el sortilegio.
Alonso Suárez se despertaba sobresaltado, encendía la luz y se quedaba sentado en la cama, sin atreverse a dormir nuevamente, ante el temor de que el sueño se repitiera. Era un sueño espantoso que volvía cada noche para atormentarlo.
Desde que doña Tomasa, la dueña de la pensión, le contó aquellas historias, el muchacho vivía atormentado.
Hacía cerca de un mes que había llegado a Paraná para estudiar.
Por medio de unos amigos conoció a la familia Mendieta, que no tenía pensión, pero si una casa antigua, muy grande y le ofreció una habitación en el altillo, que el joven aceptó contento. Le pareció un lugar agradable, además de cómodo para vivir, ya que quedaba en el centro de la ciudad.
En realidad eran dos construcciones viejas comunicadas por un boquete en el tapial del fondo que hacía las veces de puerta.
“la casa de papito”, como las dueñas la llamaban.
Esas ruinas, habitadas solamente por arañas y murciélagos, eran un misterio para todos los que no fueran de la familia. Ellas decían que él seguía viviendo allí, y por eso les resultaba fácil venir a visitarlas por las noches, convertido en fantasma.
Las cosas permanecían en su lugar, como don Roque las había dejado.
-No queremos tocar nada, para que él pueda moverse entre sus cosas conocidas.
Todo hacía sospechar que el hombre había tenido allí un pequeño negocio. Por que doña Tomasa, la única que de vez en cuando cruzaba el boquete del tapial, volvía con madejas de lana para tejer, o con algún comentario malicioso sobre los espíritus que habitaban la vieja mansión, con el único propósito de inquietar al joven pensionista, que la miraba azorado y tembloroso.
-¡No me van a creer si les cuento lo que me pasó! –comentaba alarmada-. Cuando pasé por debajo de la ventanita del baño, oí el ruido de la lluvia y de alguna otra canilla, por que eso parecía una catarata. Entré rápidamente pensando que se habría roto algún caño y que podría inundarse todo. Debía solucionar el problema lo antes posible. Pero, ¡oh! sorpresa, al llegar me encontré con toda la cañería perfectamente cerrada, pero el piso y la bañera estaban llenos de agua ¿Me pueden explicar ustedes semejante misterio? ¡Porque lo que es yo, no sé qué decir! –decía mientras abría desmesuradamente los ojos y los fijaba en la aterrorizada mirada del pensionista.
Algunas veces, el estudiante soñaba que la mataba, la colgaba con una soga en la habitación que estaba en el fondo del patio –a la que Alonso nunca había entrado- y la pobre mujer quedaba pateando en el aire, mientras él escapaba desesperado.
Esa pieza de chapas, escondida entre el pastizal y los árboles, y adonde nunca se veía ir a nadie, despertaba la curiosidad del joven, por los comentarios misteriosos y en voz baja de sus dueñas.
Es el “refugio de los espíritus” –decían las mujeres tratando de acentuar cautelosamente sus palabras, para darle mayor oscuridad y secreto al comentario. Afirmaban que los mismos solían esconderse en ese sitio, cuando sofocados de tanto encierro –la casas abandonada permanecía siempre cerrada-, cruzaban el boquete del tapial que separaba las dos viviendas, y se encontraban con gente extraña. Entonces buscaban ese escondite, para que no los descubrieran.
Tanto misterio lo atormentaba. Más aún, cuando algunas veces, a medianoche, a la hora en que todos descansaban, él había oído voces que provenían de ese lugar y lo habían despertado.
Y a la mañana siguiente, después de haber pasado toda una noche aterrado y sin poder dormir preguntaba qué era, las dueñas le contestaban con evasivas, y esto lo intrigaba aún más.

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