
Mucho se ha escrito sobre Mastronardi, poeta grande entre los nuestros, y cuya obra completa tiene en prensa la Universidad del Litoral. No obstante, Elsa Serur toma un tema original: el de los amores de este poeta que nunca quiso atarse a un compromiso matrimonial, pero guardó celosamente todas las cartas de las mujeres que lo amaron y cuyo acervo posee por legado la señora Serur.
Ella ha construido con dichas cartas esa pequeña obra que, a través de esas misivas releídas en la noche, “en momentos en que la realidad se desvanece”, aparece en forma espectral el autor, ante su mesa de lectura, para comentarlas con Elsa y agregar desconocidos toques de ternura sobre aquellas damas que, con apego y pasión, llegaron a escribirlas.
El nocturnal ambiente favorece el diálogo con la sombra de Mastronardi, diálogo que Elsa recoge en la habitual destreza de su escritura, llevándonos a conocer la intimidad del poeta con palabras precisas y elocuentes.
La obra de Serur merecía ser editada para darnos otro aspecto de un Mastronardi siempre desconocido, y por la eficiente labor de la autora que, con frescura y elegancia, transita por aquellas cartas largo tiempo olvidadas, para ofrecernos otra verdad del poeta que mucho amo y fue amado desde su más joven presencia en Gualeguay. No en balde, en su primera poesía publicada (Tierra Amanecida, 1926) ya lo demuestra diciéndonos: “Volverá mi abandono a su cariño”, marcando un alejamiento que será la tónica de su vida afectiva.
Emma Barrandéguy
Gualeguay, abril de 2005
Diálogos con Carlos Mastronardi es una grisácea y sin embargo una luminosa reconstrucción literaria, un collage de epístolas, recuerdos, fragmentos, versos, que como hilvanados retazos exhiben la espesa pero por eso no menos transparente tela de la memoria, para que nos envuelva o enrede con su latido, el latido de Carlos Alberto Mastronardi.
Y hay mucho plata, algo de río y de pescador en este oscuro amante. A pesar de tanto encendimiento.
Y digo latido, porque Elsa Serur de Osman en esta cronológica recopilación epistolar nos aproxima a las mujeres que hicieron menos sola la solitaria vida de este gran escritor entrerriano que un día entregó lo que quedaba de tanta pasión para que Elsa nos mostrara este otro Mastronardi; que también él la soledad da poca confianza, quería que no muriera del todo.
Quien deposita algo tan íntimo (más allá de haberse manifestado que se quemaron algunas, ahogaron otras y enterraron muchas), en las manos de alguien en este caso las de Elsa, las deja en el aire, para el desparramo, el goce, el aleteo o tanto vuelo como le pone precisamente. Elsa, amiga y conocedora de la obra, junto a Eise, de este definidor definitivo de lo infinito.Tu trabajo, Elsa, tiene esa maravilla que en esta obra nombra con insistencia, profundamente, los crisantemos amarillos y le habla al jilguero. También algo del rocío, gota y lágrima y mucho de tanta ceniza y de poesía.
Y hay mucho plata, algo de río y de pescador en este oscuro amante. A pesar de tanto encendimiento.
Y digo latido, porque Elsa Serur de Osman en esta cronológica recopilación epistolar nos aproxima a las mujeres que hicieron menos sola la solitaria vida de este gran escritor entrerriano que un día entregó lo que quedaba de tanta pasión para que Elsa nos mostrara este otro Mastronardi; que también él la soledad da poca confianza, quería que no muriera del todo.
Quien deposita algo tan íntimo (más allá de haberse manifestado que se quemaron algunas, ahogaron otras y enterraron muchas), en las manos de alguien en este caso las de Elsa, las deja en el aire, para el desparramo, el goce, el aleteo o tanto vuelo como le pone precisamente. Elsa, amiga y conocedora de la obra, junto a Eise, de este definidor definitivo de lo infinito.Tu trabajo, Elsa, tiene esa maravilla que en esta obra nombra con insistencia, profundamente, los crisantemos amarillos y le habla al jilguero. También algo del rocío, gota y lágrima y mucho de tanta ceniza y de poesía.
Prof. Luis Alberto Salvarezza
Capitulo I:
“La del alba sería…” a esa hora en que todo era quietud y penumbra en la vieja casona de Belgrano, me encontraba sentada junto al antiguo escritorio de la sala, leyendo y releyendo viejas cartas de amor, dirigidas a alguien, que alguna vez disfrutó de su soledad entre aquellas paredes, y que había muerto muchos años atrás.
Concentrada en la lectura, y alucinada tal vez por tantas horas sin sueño, repasaba aquellas misiva que casi mágicamente habían llegado a mis manos mucho tiempo atrás y que, cada tanto, me agradaba releer.
En ese momento justo en que la realidad se desvanece y la imaginación se adueña de nosotros, percibí un fuerte olor a cigarrillo que venía de las habitaciones oscuras y lo inundaba todo. Era una niebla espesa y perfumada que se expandía suavemente, envolviendo en ella la figura del viejo poeta que se acercaba con movimientos inseguros.
Retorna por un momento de la morada eterna, con sus pasos lentos, apenas perceptibles, que hieren el silencio y recorren la vieja casa buscando algún libro olvidado. Ya está junto a su escritorio –por que yo estoy sentada junto a su antiguo escritorio. Enajenada, y sin poder creer lo que me estaba ocurriendo, oigo su voz trémula:
-¡Mis papeles, mis libros, mis anotaciones, mis cartas! Todo lo dejé en esta antigua casa. Quiero verlos, recuperarlos por un momento. ¡Usted los está revisando, los está leyendo!
Recuerda que yo se los entregué antes de morir, ¿lo recuerda?, en sus propias manos, y en esta misma habitación, donde me agradaba quedarme horas leyendo y escuchando el murmullo de la gente que pasaba por la vereda. Me traía recuerdos de mi niñez.
“Así transcurrían las noches y me encontraban las mañanas. Vienen a mi memoria unas madrugadas de otoño en que la lluvia, regular y apacible como en el tiempo de la infancia, traía la eternidad al seno de las horas”.
“El tiempo me esperaba
desnudo como un grito –susurró apenas-”.
Concentrada en la lectura, y alucinada tal vez por tantas horas sin sueño, repasaba aquellas misiva que casi mágicamente habían llegado a mis manos mucho tiempo atrás y que, cada tanto, me agradaba releer.
En ese momento justo en que la realidad se desvanece y la imaginación se adueña de nosotros, percibí un fuerte olor a cigarrillo que venía de las habitaciones oscuras y lo inundaba todo. Era una niebla espesa y perfumada que se expandía suavemente, envolviendo en ella la figura del viejo poeta que se acercaba con movimientos inseguros.
Retorna por un momento de la morada eterna, con sus pasos lentos, apenas perceptibles, que hieren el silencio y recorren la vieja casa buscando algún libro olvidado. Ya está junto a su escritorio –por que yo estoy sentada junto a su antiguo escritorio. Enajenada, y sin poder creer lo que me estaba ocurriendo, oigo su voz trémula:
-¡Mis papeles, mis libros, mis anotaciones, mis cartas! Todo lo dejé en esta antigua casa. Quiero verlos, recuperarlos por un momento. ¡Usted los está revisando, los está leyendo!
Recuerda que yo se los entregué antes de morir, ¿lo recuerda?, en sus propias manos, y en esta misma habitación, donde me agradaba quedarme horas leyendo y escuchando el murmullo de la gente que pasaba por la vereda. Me traía recuerdos de mi niñez.
“Así transcurrían las noches y me encontraban las mañanas. Vienen a mi memoria unas madrugadas de otoño en que la lluvia, regular y apacible como en el tiempo de la infancia, traía la eternidad al seno de las horas”.
“El tiempo me esperaba
desnudo como un grito –susurró apenas-”.
-Permítame que me siente a su lado y que le ayude a descifrar la letra de estas antiguas novias mías que alguna vez quise y se perdieron en el tiempo. Ya no recuerdo sus rostros. Pero aquí están todas las cartas que me han escrito, y que con tanto afecto guarde. Viejas cartas de amor dirigidas a mí, en tiempos ya olvidados. A través de ellas podrá usted conocer a este hombre tímido, que se dejaba querer, pero que nunca entregó su libertad a ninguna de ellas. “El gusto de la soledad no me parecía desagradable”....
Qué bueno, dan ganas de seguir leyendo!!! Voy a buscar ese libro, felicitaciones por el blog!!Marisa
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