Esta saga rescata con densa humanidad las peripecias de una familia de inmigrantes. Sus sufrimientos, sus luchas y las esperanzas en la nueva tierra, sobre todo ese sabor antiguo de viejas civilizaciones que, trasplantadas a nuestro país, dieron un sabor cultural diferente a nuestra geografía, en una síntesis enriquecedora. La vida con sus múltiples requerimientos desfila en estos personajes. Su riqueza se sustancia en la humildad de sus caracteres, desprovistos de esa máscara emprobrecedora de lo inauténtico, que a veces se impone como un almidón acartonado a la plasticidad siempre inacabada de la existencia. En esta encrucijada, donde se une el pasado con el ser anclado en el paisaje, se conforma nuestra verdadera identidad, hecha de nostalgia sedimentada en el tiempo y de renovación esperanzada en el porvenir.
Prólogo de Laura Erpen:
“-Mamá: ¿Dónde estás?”
-Pegada a mis recuerdos. Todo pasó tan rápido que no ha quedado nada de aquel tiempo. Nada más que recuerdos y ese murmullo que siento por todos lados, como si las voces del tiempo quisieran devorarme.”
Elsa Serur
Gualeguay, 1996. Hace un largo tiempo que Elsa Serur está pegada a sus recuerdos. Y para que las voces del pasado no la devoren, narra. Como lo viene haciendo desde hace años, con tesonera dedicación, con la pasión que la caracteriza en ese contexto familiar que contiene y ampara, sostenida por el vínculo que sabe de amor, de hijos, de luchas y de literatura junto a Eise Osman y sus inefables aforismos, Elsa Serur narra. Y nos permite re-hallarnos a nosotros mismos. Y permitirá que lo hagan todos aquellos que acudan a la propuesta de su nueva obra.
Gualeguay, 1996. Vigencia total de la globalización, paradigmas que se quiebran, autopistas informáticas, ciberculturas, dignalización… y una mujer que persiste obstinadamente en liberarse de sus fantasmas ancestrales y genera una saga en la que se sostiene, recorta la aldea global y reestructura el eje temporal insistiendo en el pasado, la memoria, lo raigal.
La construcción de este mundo, lleno de sombras y luces, nos enfrenta con nuestros propios claroscuros y certifica la ambivalencia posmodernista: se está pegado a los recuerdos, en el filo de una cornisa que devora el presente y empuja hacia el futuro con un vértigo arrollador… Nunca, ni tanto así, ha corrido el río de Heráclito… Todo es mutación. El momento actual ya fue y lo de ayer se encuentra a una distancia abismal… Pero Elsa, narra. Y nos invita a narrarnos, nos invita a poner en marcha esa “maquina perezosa”, como denominó Eco al libro que se ofrece a las posibilidades del lector para poder participar activamente en la construcción de esa realidad virtual que emerge del mecanismo fantástico o que presupone el acto de leer. Nos invita a diagramar una dinámica de interacción para rellenar la “trenza” de Barthes y redibujar el imaginario entrerriano, a partir de uno de los puntos clave de nuestra génesis como región: los inmigrantes.
Con los recursos más clásicos de la narrativa con el esquema básico de “los cuentos de la abuela”, van naciendo las líneas de acción que nos ponen en marcha y nos permiten construir con mirada distinta pero al mismo fervor, nuestra propia visión de la realidad, nuestra propia realidad virtual. (Que no otra cosa es lo que crece a partir de un libro, aún cuando no aparezca en la luminosidad de la PC sino en un formato también clásico pero claro está producto de la singular tecnología de punta.)
Los cuentos de la “sere” (deberíamos decir entrando ya en el vínculo que crece entre autor y lector en este espacio de juego repetido y cambiante…) nos van configurando con las mismas estrategias atesoradas por la oralidad (pese a los siglos los espacios geográficos y los hombres…) las mil y una noche entrerrianas, en la que no sólo se percibe el toque oriental sino también, la irrupción de otras peregrinaciones en exilio que también aportan su mundo de sueños de imposibles y de frustraciones. Y la red va creciendo. No sólo aquella, originada en países remotísimos que hoy podemos contemplar con sólo encender la TV, sino además, el entretejido que se recrea con el aporte de la sangre nueva de otras tierras y con los aportes de los cruces de raza, idiomas, creencias.
En el escenario virtual polimorfo que Elsa se presta a fijar fiel defensora, al fin y al cabo de la “galaxia Gutenberg” que retratara Mc Luban, surgen las historias intrincadas y complejas que invitan (como lo propone en sus esquemas proceduales la actual transformación curricular) a dibujar las genealogías y a redibujar las nuestras, por qué no… Y, como enamorada del lenguaje que es también teje mallas complejas con la inclusión de nuevas formas originales de registros de léxicos antiguos y exóticos y de forma surgidas de la convivencia lingüística (otros de los recursos que se podrían trabajar en el espacio del aula-taller actual con éxito previsible y alcances, quizás todavía poco sospechados).
Fiel a su pasado, incuestionablemente, no sólo lo recupera en el fervor con que señala sus orígenes, sino también en el respeto por la línea narrativa que ha seguido por años y éxitos sostenidos, como lo atestiguan las seis ediciones de Los brujos, su anterior obra. Lo mágico, lo terrible, lo insondable se recuperan en este libro, para conformar un sustrato de sombras que no son sino una forma de prever al lector para articularlo en un dinámica de fuerzas productivas. La aventuración de hipótesis de resolución de cada episodio genera un ritmo de lectura agradable y cimbreante. En eso, colabora su esquema –ya vislumbrado en Los brujos y ahora, constatado- de resolución de los conflictos con finales sorpresivos o con elásticas solturas de “línea de fuga” por las que uno puede escaparse hacia la propia resolución de lo que se pre-supone entramando la propia actividad lectora.
Por expresiones de la misma autora, y debido a la experiencia acogida de su anterior libro (el que fue adoptado como texto en las escuelas de nuestra provincia, sabemos que también ha previsto a los adolescentes como potenciales lectores. Y, en especial, a los profesores como puente indiscutible.
Dirigirnos a nuestro colegas docentes, para señalar futura líneas de trabajo, nos parece descomedido y poco sensato, nadie como ellos para poder instrumentar las estrategias convenientes que generen campos de investigación y de producción de acuerdo con las modernas metodologías que se manejan.
En cuanto a los adolescentes, creemos que nuestras recomendaciones podrían llegar a entorpecer su propia construcción de esquemas de lectura, la concreción de las actitudes frente a la literatura. Preferimos dejarlos librados a su propia decisión, o al encuentro con la obra o con la misma autora, cuya disposición para dialogar y trabajar en talleres es reconocida y se ha puesto de manifiesto en reiteradas ocasiones, según lo requieran los grupos interesados.
Podemos tal vez, recomendarles que no se resistan a la oportunidad de crecimiento que supone leer un libro que narra historias, porque (en plena etapa del cambio de “caparazón”, como dice Françoise Dolto) bueno, conveniente y sensato es asegurar el ámbito espiritual del que uno ha venido, para poder pensar a dónde y a qué se quiere llegar.
Dicho lo escrito, asegurándonos de no decir más, a fin de no importunar demasiado, dejamos la puerta abierta para encender esta lámpara de Ketrhin, y para dejar que la autora sea la sacerdotisa que active el fuego sagrado. De nuestra imaginación y de su vocación por alumbrarnos el mundo, depende el resto.
Laura Erpen
Concepción del Uruguay, febrero del ’96.
“-Mamá: ¿Dónde estás?”
-Pegada a mis recuerdos. Todo pasó tan rápido que no ha quedado nada de aquel tiempo. Nada más que recuerdos y ese murmullo que siento por todos lados, como si las voces del tiempo quisieran devorarme.”
Elsa Serur
Gualeguay, 1996. Hace un largo tiempo que Elsa Serur está pegada a sus recuerdos. Y para que las voces del pasado no la devoren, narra. Como lo viene haciendo desde hace años, con tesonera dedicación, con la pasión que la caracteriza en ese contexto familiar que contiene y ampara, sostenida por el vínculo que sabe de amor, de hijos, de luchas y de literatura junto a Eise Osman y sus inefables aforismos, Elsa Serur narra. Y nos permite re-hallarnos a nosotros mismos. Y permitirá que lo hagan todos aquellos que acudan a la propuesta de su nueva obra.
Gualeguay, 1996. Vigencia total de la globalización, paradigmas que se quiebran, autopistas informáticas, ciberculturas, dignalización… y una mujer que persiste obstinadamente en liberarse de sus fantasmas ancestrales y genera una saga en la que se sostiene, recorta la aldea global y reestructura el eje temporal insistiendo en el pasado, la memoria, lo raigal.
La construcción de este mundo, lleno de sombras y luces, nos enfrenta con nuestros propios claroscuros y certifica la ambivalencia posmodernista: se está pegado a los recuerdos, en el filo de una cornisa que devora el presente y empuja hacia el futuro con un vértigo arrollador… Nunca, ni tanto así, ha corrido el río de Heráclito… Todo es mutación. El momento actual ya fue y lo de ayer se encuentra a una distancia abismal… Pero Elsa, narra. Y nos invita a narrarnos, nos invita a poner en marcha esa “maquina perezosa”, como denominó Eco al libro que se ofrece a las posibilidades del lector para poder participar activamente en la construcción de esa realidad virtual que emerge del mecanismo fantástico o que presupone el acto de leer. Nos invita a diagramar una dinámica de interacción para rellenar la “trenza” de Barthes y redibujar el imaginario entrerriano, a partir de uno de los puntos clave de nuestra génesis como región: los inmigrantes.
Con los recursos más clásicos de la narrativa con el esquema básico de “los cuentos de la abuela”, van naciendo las líneas de acción que nos ponen en marcha y nos permiten construir con mirada distinta pero al mismo fervor, nuestra propia visión de la realidad, nuestra propia realidad virtual. (Que no otra cosa es lo que crece a partir de un libro, aún cuando no aparezca en la luminosidad de la PC sino en un formato también clásico pero claro está producto de la singular tecnología de punta.)
Los cuentos de la “sere” (deberíamos decir entrando ya en el vínculo que crece entre autor y lector en este espacio de juego repetido y cambiante…) nos van configurando con las mismas estrategias atesoradas por la oralidad (pese a los siglos los espacios geográficos y los hombres…) las mil y una noche entrerrianas, en la que no sólo se percibe el toque oriental sino también, la irrupción de otras peregrinaciones en exilio que también aportan su mundo de sueños de imposibles y de frustraciones. Y la red va creciendo. No sólo aquella, originada en países remotísimos que hoy podemos contemplar con sólo encender la TV, sino además, el entretejido que se recrea con el aporte de la sangre nueva de otras tierras y con los aportes de los cruces de raza, idiomas, creencias.
En el escenario virtual polimorfo que Elsa se presta a fijar fiel defensora, al fin y al cabo de la “galaxia Gutenberg” que retratara Mc Luban, surgen las historias intrincadas y complejas que invitan (como lo propone en sus esquemas proceduales la actual transformación curricular) a dibujar las genealogías y a redibujar las nuestras, por qué no… Y, como enamorada del lenguaje que es también teje mallas complejas con la inclusión de nuevas formas originales de registros de léxicos antiguos y exóticos y de forma surgidas de la convivencia lingüística (otros de los recursos que se podrían trabajar en el espacio del aula-taller actual con éxito previsible y alcances, quizás todavía poco sospechados).
Fiel a su pasado, incuestionablemente, no sólo lo recupera en el fervor con que señala sus orígenes, sino también en el respeto por la línea narrativa que ha seguido por años y éxitos sostenidos, como lo atestiguan las seis ediciones de Los brujos, su anterior obra. Lo mágico, lo terrible, lo insondable se recuperan en este libro, para conformar un sustrato de sombras que no son sino una forma de prever al lector para articularlo en un dinámica de fuerzas productivas. La aventuración de hipótesis de resolución de cada episodio genera un ritmo de lectura agradable y cimbreante. En eso, colabora su esquema –ya vislumbrado en Los brujos y ahora, constatado- de resolución de los conflictos con finales sorpresivos o con elásticas solturas de “línea de fuga” por las que uno puede escaparse hacia la propia resolución de lo que se pre-supone entramando la propia actividad lectora.
Por expresiones de la misma autora, y debido a la experiencia acogida de su anterior libro (el que fue adoptado como texto en las escuelas de nuestra provincia, sabemos que también ha previsto a los adolescentes como potenciales lectores. Y, en especial, a los profesores como puente indiscutible.
Dirigirnos a nuestro colegas docentes, para señalar futura líneas de trabajo, nos parece descomedido y poco sensato, nadie como ellos para poder instrumentar las estrategias convenientes que generen campos de investigación y de producción de acuerdo con las modernas metodologías que se manejan.
En cuanto a los adolescentes, creemos que nuestras recomendaciones podrían llegar a entorpecer su propia construcción de esquemas de lectura, la concreción de las actitudes frente a la literatura. Preferimos dejarlos librados a su propia decisión, o al encuentro con la obra o con la misma autora, cuya disposición para dialogar y trabajar en talleres es reconocida y se ha puesto de manifiesto en reiteradas ocasiones, según lo requieran los grupos interesados.
Podemos tal vez, recomendarles que no se resistan a la oportunidad de crecimiento que supone leer un libro que narra historias, porque (en plena etapa del cambio de “caparazón”, como dice Françoise Dolto) bueno, conveniente y sensato es asegurar el ámbito espiritual del que uno ha venido, para poder pensar a dónde y a qué se quiere llegar.
Dicho lo escrito, asegurándonos de no decir más, a fin de no importunar demasiado, dejamos la puerta abierta para encender esta lámpara de Ketrhin, y para dejar que la autora sea la sacerdotisa que active el fuego sagrado. De nuestra imaginación y de su vocación por alumbrarnos el mundo, depende el resto.
Laura Erpen
Concepción del Uruguay, febrero del ’96.
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