miércoles, 18 de agosto de 2010
Entrevista de Fabián Reato a Elsa Serur de Osman para la revista LAURENTINO de Paraná
El libro está basado en una serie de cartas que cinco mujeres le escribieron al gran poeta entrerriano a lo largo de su vida y que Mastronardi le legó a la autora, antes de morir.
Elsa Serur ofrece una reflexión en torno a su última obra, sobre la cual dice que “habla sobre los amores de Mastronardi a partir de las cartas escritas por las mujeres que lo amaron y que él me entregó pocos días antes de morir. Y algunos diálogos que rescatan su posición frente a la vida y el arte”, afirma, y promete hacernos conocer al gran poeta gualeyo en una faceta más íntima.
Sobre las expectativas que tiene con este libro, la autora sostiene en declaraciones a El diario de Gualeguay: “Que se conozca mejor a nuestro gran poeta, porque a través de este libro se conoce el contexto donde se desarrolló su vida y la influencia de la misma en su obra”.
“La idea del libro nace porque si él (Mastronardi) nos confió sus cartas era para publicarlas y que no se perdieran sus recuerdos. Además, su única familia que era su sobrino Jorge Lecuna, me pidió que las publicara”, afirma la escritora gualeya.
Elsa Serur y su esposo Eise Osman conocieron íntimamente a Carlos Mastronardi. “Lo conocimos en el café Tortoni, en Buenos Aires, por intermedio de un amigo. Desde mi época de estudiante admiraba a Mastronardi y Borges; y cuando tuve la suerte de conocerlo, de ser invitados por él para compartir un café en el Tortoni para mí fue muy gratificante”, cuenta Elsa. “Además, gracias a él conocimos a Borges. Ya no recuerdo la fecha pero nosotros éramos muy jóvenes y él ya era una persona mayor. A pesar de la diferencia de edad, nos hicimos muy amigos y nuestra amistad se fue profundizando cuando vivíamos en Holt y recibimos una extensa carta donde elogiaba los poemas de Eise, que luego prologó. Y vino a nuestra casa para leer la última prueba de galera; el libro se llama Poemas”.
SENSIBILIDAD Y HUMOR. Sobre la personalidad del gran poeta entrerriano, Elsa sostiene que “era una persona muy sensible y con agudo sentido del humor, con una fina ironía. Su trato era selectivo, según la calidad intelectual de las personas que compartían sus códigos. Con el resto de las personas era amable pero poco dado a las confidencias”.
“Mastronardi era un gran poeta, reconocido a nivel mundial”, afirma Serur. “Esto lo atestigua Eugene Montale, Premio Nobel de Literatura, que llevó a analizar, a una tertulia literaria en Florencia, la poética de Carlos Mastronardi; según cuenta César Tiempo. Después de esto podemos deducir cual es la importancia de Mastronardi en la literatura no solamente entrerriana sino mundial. Borges reconocía en Mastronardi un poeta que podía tomarse algunas licencias literarias, comparándolo con poetas de renombre mundial.”
Mastronardi vivió un tiempo en la casa de Elsa Serur y Eise Osman en Gualeguay. Antes de morir, el gran poeta, tal vez por agradecimiento o en nombre de esa gran amistad, les legó su obra. “El quedó muy solo cuando murió su compañera Eduardita; esto se aclara leyendo las cartas del libro. Compartió una gran amistad con nosotros dos y confiaba en nosotros.”
Laurentino dialogó con Elsa Serur para tener más detalles de esta nueva obra.
-¿En qué consisten esas cartas que dan origen al libro?
-Son cartas que don Carlos Mastronardi me legó unos días antes de morir. Me entregó las cartas y me dijo: “Le dejo esto, confío en usted”. Yo no abrí el sobre durante muchos años, porque no me animaba. Cuando la abrí, me encontré con cartas de cinco mujeres que le habían escrito a él durante años. A través de esas cartas podemos saber lo que era él, su vida, desde los 20 años hasta que se murió.
-¿Quiénes le escribían?
-Eran novias. La primera novia que tuvo era un chica de apellido Ferrando, de acá de Gualeguay. La segunda se llamaba Laura Bergé, que también era de Gualeguay, una maestra. Después, tuvo una amistad muy profunda con una poeta a la que le decían Maruja, no incluí su apellido porque no pude hablar con su familia para tener la autorización. La única que vivió con él hasta el final de su vida fue Eduarda. Todo eso lo voy contando en el libro. Pero tenía una amante; vivió con ella y se fue a Brasil y se llamaba Valentina, fue el gran amor de su vida. Fue su pasión y locura. Las otras fueron como cosas que fueron pasando, nada más.
-¿En qué tono están escritas las cartas?
-Las cartas son un testimonio de la época, de lo que pasaba entonces en Gualeguay. El tono tiene que ver con esos años, por ahí ponen “mi queridito” o “mi amor”, pero nada más, todo muy suave, como se estilaba en aquella época, era muy controlado todo. Le hablaban de gente amiga que vivía acá, como Juan L. Ortiz. En el caso de Maruja, las cartas son de una amiga intelectual, que no quiere ser amante. Parece que él la miraba con otros ojos pero ella no respondía de la misma forma.
-¿El libro cómo está estructurado? ¿Es la reproducción de las cartas o tiene intervención suya?
-El libro tiene una gran intervención mía, es un ensayo. Comienza cuando yo estoy sentada en su escritorio, leyendo sus cartas, entonces aparece su fantasma y conversamos sobre su vida. Hay algunos textos de él en el ibro, poesía y prosa.
-¿Cómo comienza la relación de ustedes con Mastronardi?
-Nosotros vivíamos en Holt. Un día viene a visitarnos un amigo y pasó el día con nosotros. Entonces, Eise propone que lo llevemos nosotros a Buenos Aires en auto, para que no viaje en tren. En el trayecto, Eise recita una poesía, creo que de Neruda. Y entonces, nuestro amigo nos cuenta que era amigo de Mastronardi y nos ofreció presentarnos. Yo le dije enseguida que sí porque para mí, los más grandes escritores eran Mastronardi, Borges y Bioy Casares. Esa noche nos encontramos con Mastronardi en el Tortoni y estuvimos charlando durante horas. De ahí nació una gran amistad. Nosotros viajábamos todos los viernes a Buenos Aires y nos quedábamos hasta el domingo, visitándolo. Él venía a Gualeguay y se quedaba en casa. Con Eise y conmigo tuvo una relación muy especial, muy profunda, se hablaba de todos los temas.
-¿Cuándo se va a vivir a Gualeguay?
-Cuando ya estaba viejito, se fue a vivir a Haedo y extrañaba mucho el centro porque siempre había vivido en Avenida de Mayo. Él decía que se quería ir a vivir a Gualeguay. Nosotros estábamos viviendo en Mansilla y como teníamos nuestra casa amueblada en Gualeguay, se la ofrecimos. Hasta unos pocos días antes de morir estuvo viviendo con nosotros.
-¿Ustedes son los albaceas de su obra?
-Sí, yo tengo todo su archivo. Don Carlos me dejó una nota en la que decía que no permitiera que nadie tocara ninguna de sus cosas sin la aprobación mía, es decir que me los legó. Él veía que yo era muy prolija con los papeles, después de la UNL me los pidieron, se está haciendo un libro que son tres tomos, pero lo único que no entregué fueron las cartas, así que la Universidad me pidió que hiciera un trabajo sobre las cartas. Ahora voy a hacer el otro trabajo que son las cartas de todos los amigos, Borges, Bioy, y cantidades de nombres, Francisco Luis Bernandez, Juan L.
http://culturaenparana.com.ar/?p=2147
miércoles, 12 de mayo de 2010
FERIA INTERNACIONAL DEL LIBRO DE BUENOS AIRES 2010
martes, 13 de abril de 2010
Elsa Serur en la Feria del Libro de Paraná
Me digo, ¿es el sur de la provincia, sugestivo y misterioso?, ¿es quizás el recuerdo de otros tiempos vividos por esos espacios iluminados con una luz única?, ¿es la provincia lacia que aprendí a atesorar en mis horas de caminos febriles hacia las arenas pequeñitas del Ibicuy?, ¿es la diferencia con esa otra provincia crespa del norte, de las barrancas, del este pintado de naranjos? …
No sé, hay algo raro, distinto, único e intransferible en esas tierras del Gualeguay.
Siempre me ha conmovido reconocer tantos talentos reunidos por esos lados, tantas voces esenciales surgiendo desde ese territorio, tantas altas voces que allí vieron por primera vez la luz.
Y ahí voy a quedarme: en la primera luz que uno ve al nacer.
La mía fue de calle Corrientes y Abasto, y fue una luz urbana, nerviosa, luz de tango, fragante de mercados, conventillos y con sabor a Gardel. A esa luz la llevo hoy, metida en mis pupilas y a través de esa luz enfoco la vida. Es un misterio, pero ella sigue resistiendo, a pesar de la lejanía.
Creo que la primera luz de la infancia, nos marca para siempre, y quizás por eso me atraiga el espacio de las megaciudades, ruidoso, duro de cemento, pleno de dinámicas, contenedor de gentes que van y vienen, vibrantes y hasta crispadas. Como el de Paraná, por ejemplo.
Con esa luz repiqueteando en el alma, he recorrido la provincia. Y ha sido esa luz la que me ha permitido ver el escenario de la tierra “en aguas levantada”, como decía Alvarez, con ojos extranjeros, abiertos al asombro, anhelantes de descubrir el rasgo distinto, el indicio especial, el toque único.
Paradojas de la intuición, en cada día que pasa y en cada viaje que hago, logro descubrir la belleza de estos sitios con una profundidad que crece, y me desliza desde la ciudad y su perfil poderoso hacia el silencio interior, en donde me recojo y me reencuentro.
Confieso que me he vuelto contemplativa, lo que, - a mi edad… - no sé si será grave o sabio…Las mis dudas tengo…
Por momentos, disfrutando de las doradas hojas que nos regaló otoño, he sentido que me atravesaba su dorado, y he recalado en la idea de que me estaba volviendo “juaneliana”…cosa que, debo advertir, no dejó de sorprenderme…
He pasado horas de espaldas a la casa de Juanele en las barrancas de Paraná, mirando ese río intenso y abismal, tratando de acercarme a su pupila translúcida y llena de sugestión. Ha sido un buen ejercicio, pero debo admitir que descubrí que no es su voz quien me acompaña en mis viajes.
Mastronardi es el que se instala en mí, quien va en mí, constante y delicado, cada vez que contemplo los vastos espacios provincianos y me alumbran su cadencia suave, su decir manso, su contenido afecto lanzado con sutileza y resguardo, casi como con timidez.
Yo viajo con su poema fundacional como telón de fondo, como sostén de la mirada y acepto el reinado de esa antigua luz…
Es inevitable recordar cada estrofa cuando uno anda trajinando la tierra y sus gentes…El campo sabe a la gloria de sus admirables alejandrinos.
Quizás el proceso que vivo, sea justamente el inverso al que vivió el poeta, que mientras trajinaba las calles de mi ciudad porteña reinventó esta luz de provincia, incomparable.
Ahora, Elsa, que vive y siente y aspira todos los días la luminosidad en ese espectacular lote de río poderoso, calles cansinas, ritmo lánguido, nos convida a asomarnos a los diálogos que sostuvo con aquel que nosotros admiramos y fue su amigo, y a la lectura de sus creencias y de sus cartas…
Conversar con poetas, es cosa jugosa y adivino ese sesgo pleno que alcanzaron, por eso sé que leerlo nos enriquece íntimamente.
Surgen en mí las hipótesis lectoras, extrañadas y curiosas frente a la novedad que han de ser las de todos quienes aún no conocen el libro: ¿cómo serán las cartas de Mastronardi?
¿Qué encontraremos en su costado privado, qué nuevas delicadezas surgirán de su decir medido? ¿O es que habrá fuego en sus palabras? ¿A quiénes pudo y qué cosas pudo decir?
Penetrar en lo profundo del sentimiento de un hombre, en su parte privadísima, es delicada cuestión. Dar a conocer esas confesiones a punta de alma, quizás en lo alto de la noche, a solas consigo mismo, debe de tener una hondura poco común, en estos tiempos dados a los entreveros mediáticos y a la ridiculez de los desafíos y bravuconadas sin ton ni son, y a las quejas por micrófono y en cámara… ¡Se nos ha soltado tanto la palabra vacía y altisonante! ¡Hay tanto murmullo inútil! ¡El bochinche es tan ensordecedor! …
Por eso creo que para Elsa, la tarea debe de haber tenido algo de ritual, mucho de homenaje y un franco cariño como cobertura de la investigación literaria.
De pronto, estas cartas… Y este nuevo libro de Elsa, que hoy abandona sus personajes simpáticos, o sus brujos rozadores de misterios, o sus cuentos de niños, o sus casitas de arenas terribles, o sus decires simples y pintones, o su desparpajo de reírse mientras escribe historias – (sin disimularlo) - , para lanzarse a algo más profundo y hondo, nada menos que a bucear sobre el pensamiento de su amigo querido, su compañero de tertulias, su hermano de letras.
Me imagino a los tres, con Eise, obviamente, sumergidos en el silencio puro de Gualeguay, discutiendo sobre literatura o filosofía o en aquellas largas y jugosas noches del Tortoni, con su intimidad de café porteño… y mido qué tremendo regalo que les hizo la vida a los dos…
Yo sólo puedo rememorar Luz de provincia, Eise y Elsa lo pudieron disfrutar a Mastronardi. Y a tal punto, que les legó lo más íntimo y rico de su palabra, sabedor de que ellos lo cuidarían como tesoro.
Yo sólo puedo imaginarme un hombre cauto y sencillo, contenido y casi melancólico…Ellos pudieron gozar de su decir, de sus risas y de sus ironías oportunas. Y digo ironías, porque en toda reunión de escritores, ese costado asoma, inevitable, se presta al juego puro, genera comentarios sabrosos…
Yo sólo puedo hablar del enigma de Gualeguay, ellos pudieron construirlo acompañados por Juanele, Emma, Tuky, Derlis, y tantos otros, con tantos nombres que encierro con el rótulo de hermanos de sueños, porque no alcanza el tiempo para nombrar a cada uno… tantos son…
Yo sólo puedo quedarme suspendida, pensando en lo que dice el libro. Ella lo habrá dispuesto prolija y a conciencia, lo habrá armado con infinito amor pero con experticia. Tantos años publicando, le han dado oficio en el caso y justeza en la urdimbre.
Yo sólo puedo estar así, acompañando, a quienes siempre me han invitado a estar, a quienes siempre me han reconocido y me han dado ternura, alegría, confianza, generosa compañía.
Quizás por eso es que vengo y estoy, porque cada tanto, necesito de esta luz de provincia querendona y amigable, para enfrentar la luz absurda y alocada que nos toca en el día a día y que nos inunda de sinrazón y de temores.
Estar en Paraná asistiendo una vez más a la presentación de un libro de Elsa, y junto a Eise y a todos Uds., me da ese no sé qué imprescindible para seguir, en el tiempo que queda, arropada, abrigada espiritualmente.
Mañana no deberé esperar al cartero de mi niñez, ni deberé abrir el correo electrónico, ni deberé googlear, ni deberé esperar un mensajito de texto, ni deberé marcar el teléfono. Simplemente, con abrir este libro, escucharé la voz de un amado poeta respondiendo a las preguntas y planteos de una querida amiga… y todo estará consumado.
Los que hoy se lleven el libro, pasarán por lo mismo.
Inevitablemente, el día, será una fiesta. Que de eso se trata la literatura, de festejar la vida, como sea y de la manera más plena.
Gracias, Elsa, por estar y ser como sos, y por reunirnos, siempre, cada tanto, en estos memorables encuentros…
Gracias por tu nuevo libro, y por este testimonio de mujer que no se entrega, que insiste y que persiste en empoderarse en un medio difícil para nosotras, haciéndolo con ese encanto que irradiás alegremente.
Te acompaño a dejar en Paraná tu libro y me voy con las “frecuencias de mi pecho”, como una “larga dulzura creada para entender la dicha, “que es “durable rosa, quieto fervor”, sintiendo que en el encuentro con tu hermano de sueños y sus misterios “mi persona se aclara”.
Sé que la dicha no se parece a la ausencia, porque ahora dejarás en esta amada ciudad de barrancas, una nueva forma para conocer y saber qué sucedía en el alma del hombre que “una vez pasaba silbando entre arboledas.”"
"El beduino errante” de Eise Osman fue presentado por los escritores Graciela Pacher Barbará y Miguel Ángel Federik.
martes, 6 de abril de 2010
Elsa Serur estará en la Feria del Libro en Paraná
"El beduino errante" de Eise Osman, presentado por Graciela Pacher Barbará, titular de la SADE, en la Sala Guillermo Saraví, el día sábado 10 a las 16.
Charla: "Emma Barrandéguy" a cargo de la escritora Tucki Carboni, en la Sala Guillermo Saraví, el sábado 10 a las 18.30.
"Diálogos con Carlos Mastronardi" de Elsa Serur de Osman, en la Sala Guillermo Saraví, el domingo 11 a las 17.
Charla: "Granadero Bruno Alarcón Tambor de la Libertad" por el Licenciado Roberto Romani, en el Auditorio, el domingo 11 las 21.45.
domingo, 4 de abril de 2010
LOS BRUJOS (Cuentos) Premio al "Mérito Artístico"
Los autores de este venturoso libro congregan sueños, pesadillas y alucinaciones, lo cual nos trae el recuerdo de las “noches árabes”, como suele decirse en Inglaterra.
Siempre sospeché que la poesía es tiempo sentido, según lo prescriben las normas del idealismo clásico. Un amigo que es mi comprovinciano y que, por lo demás, está íntimamente ligado con la autora que hoy celebramos, amonedó este feliz aforismo: “Nacemos en el tiempo y morimos en el espacio”. Es evidente que cesamos o morimos en el espacio, cuyas peripecias cuentan más que los eventos transitorios que nos determinan. El paso de las horas gravita con el etéreo nacer que nos dicta el acabamiento y el fin.
Pueblan estas certeras páginas muchos alucinados, que padecen una suerte de horror interno, una desazón que nace de ellos mismos y que no tiene ningún fundamento en estímulos objetivos o ajenos a su intimidad desgarrada. Poe, Coleridge y Novalis, trasladados a un desvalido medio agreste, reciben en estas logradas páginas devota confirmación, también está en ellas un sincero amor a la naturaleza. Además de los autores citados, se advierte un eco del sombrío Strindberg. Ya radicados en los medios oscuros, ni siquiera faltan las tormentas que prodigan relámpagos, tenebroso ambiente que favorece la visita de fantasmas y de seres espectrales.
La ambigüedad, cierta involuntaria gradación de matices inciertos, cierta graduada llaneza de perfiles que se entremezclan, tal como ahora se practica, contribuye a dar cierto carácter de actualidad a la obra que comentamos. Nada es vano en estas apariciones que juegan con la muerte, con el indefinido más allá. Abundan aquí las inundaciones, las tinieblas, los velorios y los desvaríos concebidos por una imaginación perturbada que concede fuerza a este afortunado conjunto de relatos, en los que tampoco faltan los primitivos “videntes”. Claro está que una ingenuidad campesina les sirve de respaldo. El personaje central de “La luz”, ebrio de razón, después de muchas lecturas y búsqueda, en vez de ascender, corre por un riesgoso parapeto que lo precipita en el vacío. De nada le valieron sus pacientes indagaciones. Antes que ascender, desciende. Su culminación es el vértigo. La luz lo ciega y lo malogra.
La madre infortunada que conocemos en “El viaje”, pierde a su pequeño durante el trayecto hacia el Norte. Desesperada, llega a su destino, pero ya no es la misma. El desvarío la asedia. La locura es su triste salario, con exultación, con alegría, pide al marido que acaricie a su hijo muerto.
En una tormentosa noche, para burlar la credulidad urbana ante la presencia de un forastero, un campesino se dice espiritista vidente, pues el desconocido se propone visitar a un muerto, su antiguo amigo. El anciano vidente mira unas redondas brasas circulares que son el espíritu del hijo ya muerto. En verdad son los quietos ojos del gato que lo contemplan.
Los brujos es obra que permite asegurarle un grato y dilatado porvenir.
Nos abstenemos de considerar en este prólogo las páginas congregadas por Eise Osman, pues en otra ocasión nos ocupamos de los agudos aforismos que debemos a su lúcida pluma.
El libro “LOS BRUJOS”, lleva ya cinco ediciones. Que han sido distribuidas y leídas en los Colegios primarios, secundarios y profesorados de nuestra provincia. La última con LUMEN INTERNACIONAL editorial de prestigio, cuyos libros son distribuidos a nivel mundial.
Es un libro de cuentos. Prologado por el gran escritor entrerriano Carlos Mastronardi, quién fuera miembro, junto con Jorge Luis Borges, de La Academia Argentina de Letras. Con aforismos del escritor Eise Osman, que figura en la tapa de sus aforismos completos, publicados por Editorial Galerna, como “El gran aforista de la argentina”, con prólogo de Isidoro Blaistein. Ilustraciones y tapa de la reconocida artista plástica entrerriana Raquel Melhem.
La autora fue invitada por editorial Lúmen Internacional para dictar cursos con puntaje para todos los docentes de la provincia, sobre el mismo libro, en la ciudad de Paraná.
Avalan esta obra un prólogo de Carlos Mastronardi, una carta de la escritora Emma Barrandeguy, y del académico Alfredo Veiravé y su presentación en Paraná por el poeta Juan L. Ortiz, en la librería Fénix de Paraná. Con la presencia de Carlos Mastronardi.
La autora ha leído cuentos y dado conferencias en la Escuela Superior de Lengua de la Universidad Nacional de Córdoba, invitada por la Fundación de la misma. En la Universidad Nacional de Entre Ríos. En la Feria Internacional del libro, en la Escuela Superior de Periodismo de Buenos Aires, Mariano Moreno y en muchas escuelas de la provincia, invitada por profesores y maestros que han valorado este libro. Ha sido Jurado de Cuentos en la Universidad Nacional de Entre Ríos. Donde también ha leído sus trabajos. Seleccionada para integrar la Muestra Provincial de Literatura. Ha dado conferencias en el Teatro San Martín de Buenos Aires y en la Municipalidad de La Plata. Ha sido invitada como única “Representante de la provincia de Entre Ríos” al Congreso de Escritoras Argentinas, organizado por la Municipalidad de Buenos Aires. Figuran sus cuentos en antologías nacionales. Ha realizado talleres sobre sus cuentos y sobre literatura entrerriana y universal, con puntaje para profesores y maestros. El último fue el año pasado, -en el Museo de Gualeguay- un taller de cuentos auspiciado por el gobierno de la provincia.
Innumerables docentes reconocen en el libro un estímulo muy importante para la lectura de los alumnos y dado que en este momento se trata de estimular la misma, este libro es una contribución a la lectura. Es el testimonio escrito de la vida de nuestro país, de sus luchas, frustraciones y sueños, por lo tanto refresca en los jóvenes los valores de nuestra identidad, en este momento de disgregación que nos acecha.
sábado, 3 de abril de 2010
LOS BRUJOS (Guía de estudio y actividades)
viernes, 2 de abril de 2010
HAL-LHUZZ Y LA LÁMPARA DE KETRHIN
“-Mamá: ¿Dónde estás?”
-Pegada a mis recuerdos. Todo pasó tan rápido que no ha quedado nada de aquel tiempo. Nada más que recuerdos y ese murmullo que siento por todos lados, como si las voces del tiempo quisieran devorarme.”
Elsa Serur
Gualeguay, 1996. Hace un largo tiempo que Elsa Serur está pegada a sus recuerdos. Y para que las voces del pasado no la devoren, narra. Como lo viene haciendo desde hace años, con tesonera dedicación, con la pasión que la caracteriza en ese contexto familiar que contiene y ampara, sostenida por el vínculo que sabe de amor, de hijos, de luchas y de literatura junto a Eise Osman y sus inefables aforismos, Elsa Serur narra. Y nos permite re-hallarnos a nosotros mismos. Y permitirá que lo hagan todos aquellos que acudan a la propuesta de su nueva obra.
Gualeguay, 1996. Vigencia total de la globalización, paradigmas que se quiebran, autopistas informáticas, ciberculturas, dignalización… y una mujer que persiste obstinadamente en liberarse de sus fantasmas ancestrales y genera una saga en la que se sostiene, recorta la aldea global y reestructura el eje temporal insistiendo en el pasado, la memoria, lo raigal.
La construcción de este mundo, lleno de sombras y luces, nos enfrenta con nuestros propios claroscuros y certifica la ambivalencia posmodernista: se está pegado a los recuerdos, en el filo de una cornisa que devora el presente y empuja hacia el futuro con un vértigo arrollador… Nunca, ni tanto así, ha corrido el río de Heráclito… Todo es mutación. El momento actual ya fue y lo de ayer se encuentra a una distancia abismal… Pero Elsa, narra. Y nos invita a narrarnos, nos invita a poner en marcha esa “maquina perezosa”, como denominó Eco al libro que se ofrece a las posibilidades del lector para poder participar activamente en la construcción de esa realidad virtual que emerge del mecanismo fantástico o que presupone el acto de leer. Nos invita a diagramar una dinámica de interacción para rellenar la “trenza” de Barthes y redibujar el imaginario entrerriano, a partir de uno de los puntos clave de nuestra génesis como región: los inmigrantes.
Con los recursos más clásicos de la narrativa con el esquema básico de “los cuentos de la abuela”, van naciendo las líneas de acción que nos ponen en marcha y nos permiten construir con mirada distinta pero al mismo fervor, nuestra propia visión de la realidad, nuestra propia realidad virtual. (Que no otra cosa es lo que crece a partir de un libro, aún cuando no aparezca en la luminosidad de la PC sino en un formato también clásico pero claro está producto de la singular tecnología de punta.)
Los cuentos de la “sere” (deberíamos decir entrando ya en el vínculo que crece entre autor y lector en este espacio de juego repetido y cambiante…) nos van configurando con las mismas estrategias atesoradas por la oralidad (pese a los siglos los espacios geográficos y los hombres…) las mil y una noche entrerrianas, en la que no sólo se percibe el toque oriental sino también, la irrupción de otras peregrinaciones en exilio que también aportan su mundo de sueños de imposibles y de frustraciones. Y la red va creciendo. No sólo aquella, originada en países remotísimos que hoy podemos contemplar con sólo encender la TV, sino además, el entretejido que se recrea con el aporte de la sangre nueva de otras tierras y con los aportes de los cruces de raza, idiomas, creencias.
En el escenario virtual polimorfo que Elsa se presta a fijar fiel defensora, al fin y al cabo de la “galaxia Gutenberg” que retratara Mc Luban, surgen las historias intrincadas y complejas que invitan (como lo propone en sus esquemas proceduales la actual transformación curricular) a dibujar las genealogías y a redibujar las nuestras, por qué no… Y, como enamorada del lenguaje que es también teje mallas complejas con la inclusión de nuevas formas originales de registros de léxicos antiguos y exóticos y de forma surgidas de la convivencia lingüística (otros de los recursos que se podrían trabajar en el espacio del aula-taller actual con éxito previsible y alcances, quizás todavía poco sospechados).
Fiel a su pasado, incuestionablemente, no sólo lo recupera en el fervor con que señala sus orígenes, sino también en el respeto por la línea narrativa que ha seguido por años y éxitos sostenidos, como lo atestiguan las seis ediciones de Los brujos, su anterior obra. Lo mágico, lo terrible, lo insondable se recuperan en este libro, para conformar un sustrato de sombras que no son sino una forma de prever al lector para articularlo en un dinámica de fuerzas productivas. La aventuración de hipótesis de resolución de cada episodio genera un ritmo de lectura agradable y cimbreante. En eso, colabora su esquema –ya vislumbrado en Los brujos y ahora, constatado- de resolución de los conflictos con finales sorpresivos o con elásticas solturas de “línea de fuga” por las que uno puede escaparse hacia la propia resolución de lo que se pre-supone entramando la propia actividad lectora.
Por expresiones de la misma autora, y debido a la experiencia acogida de su anterior libro (el que fue adoptado como texto en las escuelas de nuestra provincia, sabemos que también ha previsto a los adolescentes como potenciales lectores. Y, en especial, a los profesores como puente indiscutible.
Dirigirnos a nuestro colegas docentes, para señalar futura líneas de trabajo, nos parece descomedido y poco sensato, nadie como ellos para poder instrumentar las estrategias convenientes que generen campos de investigación y de producción de acuerdo con las modernas metodologías que se manejan.
En cuanto a los adolescentes, creemos que nuestras recomendaciones podrían llegar a entorpecer su propia construcción de esquemas de lectura, la concreción de las actitudes frente a la literatura. Preferimos dejarlos librados a su propia decisión, o al encuentro con la obra o con la misma autora, cuya disposición para dialogar y trabajar en talleres es reconocida y se ha puesto de manifiesto en reiteradas ocasiones, según lo requieran los grupos interesados.
Podemos tal vez, recomendarles que no se resistan a la oportunidad de crecimiento que supone leer un libro que narra historias, porque (en plena etapa del cambio de “caparazón”, como dice Françoise Dolto) bueno, conveniente y sensato es asegurar el ámbito espiritual del que uno ha venido, para poder pensar a dónde y a qué se quiere llegar.
Dicho lo escrito, asegurándonos de no decir más, a fin de no importunar demasiado, dejamos la puerta abierta para encender esta lámpara de Ketrhin, y para dejar que la autora sea la sacerdotisa que active el fuego sagrado. De nuestra imaginación y de su vocación por alumbrarnos el mundo, depende el resto.
Laura Erpen
Concepción del Uruguay, febrero del ’96.
jueves, 1 de abril de 2010
MAPA LITERARIO DE ENTRE RIOS

miércoles, 31 de marzo de 2010
Las frutas del mburucuyá (Cuento infantil - Clic aquí para escuchar)
Ramón nunca la había visto. Sus amigos lo asustaban contándole cosas que le daban mucho miedo. Le decían que la solapa era una vieja mala, muy mala, pero él nunca la había visto, porque sus papás no lo dejaban salir a esa hora al patio. Al patio grande como el cielo, sin alambrado y cubierto de plantas y nidos de pájaros, que a él le gustaba mirar cundo su papá lo levantaba y podía asomarse sobre el nido para ver los huevos o los pichoncitos. Pío, pío.
Se sentó en la cama y comenzó a mirar por la ventana. ¡Que lindo estaba afuera! El sol se reflejaba en un charco de agua donde se bañaban los patos que nadaban felices a esa hora de calor. Ramón los miraba embelesado hasta que no pudo más y, casi sin darse cuenta, salió caminando. Vio reflejado algo redondo y muy rojo, justo sobre la tortuga Felipa, que también estaba disfrutando del fresco. ¿Qué era eso?, iba a llamar a su padre para preguntarle, cuando vio prendidas de un árbol un montón de pelotitas rojas que colgaban de una enredadera. Mientras que un picaflor sobrevolaba sobre una de las flores que era redonda y azul. Quiso atraparlo y se levantó corriendo, pero el animalito desapareció rápidamente.
Ramoncito se quedó muy quietito, luego alargó su mano y trató de sacar uno de los redondeles rojos. Estaba tan tierno que cundo lo apretó se le rompió entre los dedos y un montón de semillitas negras se le resbalaron y no podía sostenerlas…Quedó asombrado, y sin poder contenerse se la acercó a los labios y sintió un sabor agradable, tan agradable que se lo comió. Era muy rico, entonces cortó otra y otra, y comió tantas pelotitas rojas hasta que no quiso más. Y se sentó abajo del árbol por donde trepaba la enredadera.
¡Qué ricas eran! Muy quieto siguió mirándolas hasta que se quedó dormido. Y Ramón se durmió, se durmió tanto que cuando su mamá se despertó y no lo encontró en la cama, comenzó a llamarlo y llamarlo: ¡Ramón, Ramón! Pero él no oía nada, estaba profundamente dormido. Entonces su mamá salió al patio y lo vio. Se asustó mucho porque el nene estaba dormido debajo del señor sol, que a esa hora quemaba mucho.
-¡Cómo te has dormido hijito! –dijo su mamá-. ¡No sabés que el sol a esta hora es malo y enferma a los chiquitos que salen al patio y se quedan dormidos!
Quiso despertarlo, pero no pudo.
¡Ramón, Ramón!, repetía, pero el gurisito no se despertaba. Entonces lo tomó en sus brazos, lo besó mucho, mucho y lo acostó en la cama.
La pobre madre llamó desesperada a su Juan, que vino rápido. Tenía el cuerpo muy caliente y notaron que sus manos y su boca estaban manchadas de rojo. ¡Ha comido mburucuyá!, dijo el padre. Sí –contestó la madre-, pero no son venenosos.
¿Qué vamos a hacer ahora? No sabemos cuanto ha comido, ¡y calientes! Llamaremos al médico, yo voy enseguida dijo el padre. Salió al patio, montó su tordillo y salió al trote.
Cuando llegó al pueblo se dirigió al consultorio del doctor que lo atendió muy bien. El doctor Marcelo llamó a su señora Patricia, que también era doctora, y juntos fueron a la casa de Ramón. Cuando llegaron, comenzaron a revisarlo, pero el nene no despertaba. Así estuvieron toda la tarde sin que lograran reanimarlo. Los abuelitos de Ramón, que habían ido a visitarlo, estaban muy preocupados. Los dos viejitos caminaban nerviosos.
¡Qué desgracia!, para colmo había empezado a llover torrencialmente. Relámpagos y truenos amenazaban con seguir toda la noche.
Los doctores, sentados junto a la camita, trataban de reanimarlo, cuando de pronto escucharon una conversación que venía de la cocina –la pared era muy finita, porque era de madera y se escuchaba todo clarito: ¡Voy a matarlos a los dos!, decía el abuelo, y parecía enojado. ¡No, no quiero matarlos!, respondía la abuela. ¡Sí, te digo que los voy a matar, dejáme hacer las cosas a mi, yo sé lo que hago! ¡No, no, no sabés, cómo los vas a matar!
Los doctores oyeron la conversación y se miraron asustados. ¡Los quieren matar a ellos! Pero, ¿por qué? si estaban haciendo todo lo posible por salvar al nene. La tormenta continuaba. Cada vez llovía más fuerte, con tanto barro no se podrían ir, pero tampoco querían dejar al nene solo. Debían esperar hasta que Ramón despertara. Cerca de la medianoche, oyeron ruidos que venían de afuera. ¿Qué pasaba?, eran los abuelos otra vez. ¡¡¡Te dije que los voy a matar a los dos!!! ¡Te pido que no los mates, por favor, haceme caso!, rogaba la anciana. Después, los ruidos se confundieron con la lluvia y ya no oyeron más nada.
Ramón abrió los ojos, y mirando a su madre dijo: “Mamá, mamita, vos estás ahora conmigo. Recién estaba con el Ángel de la guarda. Se sentó y me acariciaba la cabeza. Es un ángel muy bueno, tiene rulos negros como los tuyos”. Había estado soñando.
Ahora que está bien, nosotros vamos a irnos, dijo la doctora. No, es imposible, dijo el papá, ha llovido tanto que los campos están inundados. Mejor se quedan hasta mañana, tempranito ato el carro y los llevo. Pero la doctora estaba muy asustada por lo que les había oído decir a los abuelos y se quería ir enseguida. No, quédense un rato más, dijo la mamá, ya casi está amaneciendo. Cuando termine de aclarar, el Juan los lleva en el carro. Además, los abuelos les están preparando un rico almuerzo. El abuelo quería matar dos pollos, pero la abuela no quiere que maten ningún animalito, ella los quiere mucho y los cuida para que nadie les haga daño. Por eso no lo dejó al abuelo matar los pollitos. Pero les hizo unas ricas empanadas de verduras para agasajarlos.
El doctor Marcelo y la doctora Patricia se miraron felices y acercándose a Ramoncito, lo besaron mucho. Se había salvado, gracias a Dios ¡Pero qué susto!
martes, 30 de marzo de 2010
NOCHE DE REYES (Cuento Infantil)
Diseño y diagramación interior:
María Cecilia Gallino
Ilustraciones:
Yaqui Melhem
En el medio del campo, en un nido hecho de barro y paja -un poco más grande que el del hornero- nació una noche RAMON.
Su papá, con troncos y ramas de sauce, le preparó el primer regalito: Una cuna de sol y alegría, que su mamá entibió con un gran manto tejido por ella, en las noches de lluvia.
Y RAMON fue creciendo, creciendo felíz. Acunado por los grillos y los pájaros que se arrimaban curiosos al patio; al patio GRANDE COMO EL CIELO donde la brisa se olvidaba entre los árboles, formando un enorme abanico de susurros y secretos en la fresca inocencia de todo el campo abierto.
Una mañana muy temprano, Ramón salió a caminar. Nadie lo vió, porque estaban dormidos.
La música del amanecer lo ayudó a hacer caminitos entre las ramas y el rocío que todavía brillaba sobre las hojas.
Y así, fue despertando el monte con su andar. Le gustaba caminar; caminar lentamente sobre la alfombra húmeda de los pastos, donde las ranitas y las lagartijas se asomaban curiosas para saludarlo y luego se escondían haciendo cruak-cruak entre las hojas mojadas.
De pronto, un conejo que estaba escondido detrás de un matorral, quiso escapar asustado al oír sus pasos. Pero RAMON lo vió y corrió tras él. Quería tenerlo un momento en sus manos para acariciarlo.
Pero el conejo era rápido y hermoso. Tenía las orejas muy largas y manchas rojas sobre el cuerpo blanco.
Y RAMON quería alcanzar ese copo de nieve que se perdía entre las flores y volvía a aparecer.
Desde la copa de un árbol, una lechuza traviesa lo chistaba CUS, CUS, CUS.
Y un terito muy elegante que se paseaba por allí levantó vuelo mientras gritabaa TERU, TERU, TERU, para que todos los animalitos salieran a saludar a RAMON, que esa mañana había venido a visitarlos.
Una perdiz se acurrucó asustada entre los pastos, porque era muy miedosa y no sabía muy bien lo que pasaba. Y la señora Tortuga que llevaba puesta una hermosa caparazón con pintitas rojas, verdes y amarillas y un sombrero negro en la cabeza, fue sorprendida justo en el momento de su desayuno.
Se detuvo un momento a observar lo que pasaba, mientras terminaba de comer la margarita azul que casi pierde en el apuro.
Luego, con toda elegancia se tiró al charco, para observar con más tranquilidad lo que pasaba.
RAMON seguía corriendo, corriendo detrás del conejito hasta que no lo vió más.
Seguramente se habría escondido en su cueva.
Ya no lo podría encontrar. Entonces se sentó a descansar mientras reía de contento.
Los macachines amarillos se apretaron para dejarle lugar.
Y RAMON dejó pasar el tiempo mientras acariciaba las flores y escuchaba el canto de los pájaros que buscaban sus nidos para darle de comer a sus pichones, que esperaban ansiosos con los piquitos abiertos: ...Tenían hambre.
Y así mucho tiempo, sin que él lo notara.
Estaba distraído observando todo lo que pasaba en el campo. Entonces, recién entonces se dio cuenta de que el señor Sol ya no estaba sobre su cabeza.
Era muy tarde entonces -pensó- debía volver pronto a su casa. Sí, quería volver con su mamita, enseguida. Se paró y miró para todos lados.
Entonces, comprendió muy asustado que estaba perdido. Sí, se había alejado demasiado y ya no veía su casa. ¡ESTABA PERDIDO EN EL MEDIO DEL MONTE! ¿Como iba a volver? Empezó a moverse por todos lados, pero cada vez se perdía más y más.
Vio que el bosque se iba espesando; los árboles cada vez estaban más juntos y él ya no podía REGRESAR.
Asustado, se puso a llorar, a llorar de frío, de hambre, a llorar de MIEDO. ¡Las lágrimas azules corrían por sus mejillas! Se había perdido y estaba solito, ¡SOLITO! y muy lejos de su casa, ¿Que iba a hacer?...
Ya había pasado un rato y RAMON seguía llorando, cuando entre tantos animales silvestres apareció una gallina. ¿Una gallina? Creyó que estaba soñando.
Cacareaba alegremente: PI, PI, PI; aunque parecía enferma, porque tenía muy pocas plumas.
Pero él la reconoció enseguida. ¡ERA SU PICARONA! Su querida PICARONA. Que hacía mucho se le había perdido y ahora la encontraba.
Pero, ¿Como harían para volver si ninguno de los dos conocía el camino?
El animalito se acercó lentamente, le picó el talón y como invitándolo a seguirla empezó a caminar delante de él. Y RAMON la siguió, la siguió.
Por momentos no la veía, iba muy rapido, se perdía entre los pastos; luego aparecía y el corría lloroso detrás de ella.
Era su amiga, su buena amiga que lo fue sacando del monte. Anduvo mucho, mucho y ya estaba casi oscuro, cuando Ramón reconoció el lugar. Estaban cerca de su casa y ya se oía el llamado ansioso: ¡RAMON! ¡RAMON!...era la voz de su mamá.
Contento levantó a su gallinita, y acurrucándola entre sus brazos corrió por el caminito hasta donde estaban sus padres.
Con gran alegría trataba de contarles todo lo que le había pasado. Ellos se alegraron mucho cuando lo vieron. -¡Hijo, hijo querido! Dónde has estado. Te hemos buscado todo el día-. Decía su madre llorando. Ahora lloraba de felicidad. Porque su nene estaba de nuevo en casa.
-Me perdí, y no podía volver, porque no sabía el camino- respondió RAMON
-No debes alejarte tanto de la casa
-dijo el padre-.
Y mirando a la Gallina le ordenó:
-¡Suelta ese animal! ¡está enfermo!
-¡Sí -dijo la mamá- déjala ir!
-No mamita, ¡NO!, es mi amiga -decía RAMON mientras entraba corriendo a la casa apretando la PICARONA para que no se la quitara-. Ella es mi amiga y me enseñó el camino; si no, yo no hubiese podido volver- repetía el niño.
-No, hijo, ¡no! el que te ayudó a volver fue el ángel de la guarda- dijo su madre.
-¿Quién es el ángel de la guarda, mamita?
-Un ángel muy bueno, que siempre ayuda a los niños cuando están en peligro- contestó la señora.
-¡No mamita, no!, me trajo la gallinita- repetía el hijo.
-¡Esa gallinita está enferma! -Intervino el padre-, tendremos que matarla porque de lo contrario va a contagiar a las demás.
RAMON asustado, ¡no podía creerlo! ¡Querían matar a su gallinita! Salió corriendo y en el patio soltó al animal que desapareció en pocos minutos.
-¿Por que la dejaste escapar, hijo?- Preguntó la mamá.
-¡Por que es muy buena, mamita, muy buena! Ella me trajo de vuelta. Yo estaba solito en el bosque cuando me encontró.
-Bueno, bueno, está bien; vamos a curarla entonces- dijo el padre.
Y todos salieron al patio a buscar al animal. Pero, por mas que la buscaron y buscaron, no la pudieron encontrar. La señora gallina había desaparecido.
RAMON estaba triste porque sus mayores no comprendían que la Picarona era su amiga. Lo había salvado de dormir solo en el bosque. Si no fuera por ella no hubiera podido volver, y no estaría ahora durmiendo calentito en su casa.
Pasaron los días y nadie se acordaba de su Picarona. ¿Dónde estaría ahora? Se preguntaba RAMON.
Así llegó el día de Reyes. A la tardecita preparó un tarro con agua fresca y un montón de hojas verdes y flores para que comieran los camellos.
Seguro de que llegaban con hambre y sed. Luego dejó todo junto a sus zapatillas en el patio, al lado de la puerta
Había llovido mucho en esos días, pero su mamá le dijo que vendrían igual, a pesar del barro.
Entonces le contó que podían bajar por una escalerita finita de oro, con los tres camellos y las bolsas de juguetes, despacito, despacito, despacito, uno detrás del otro, justo hasta donde él había dejado la comida para los camellos.
Esa noche se acostó muy temprano y rezó mucho, mucho, pidiéndole a la Virgencita y al Niño Dios que los ayudara a llegar. Y le trajeran su Picarona sana y alegre. Por fin, se durmió.
A la mañana siguiente se levantó antes de que saliera el sol.
Estaba apurado por saber si le habían traído lo que él le había pedido: ¡Su Picarona!
Cuando salió al patio, su alegría no tenía límites.
¡Los REYES LA HABIAN ENCONTRADO!
Y ahora estaba allí, junto a sus zapatillas, rodeada de un montón de capullitos amarillos que parecían flores de margaritas que se movían y picoteaban el pasto que él había cortado para los camellos.
¡Su linda Picarona! Sana y con un montón de pollitos que caminaban inquietos a su alrededor.
La alegría no lo dejaba hablar. Miró a sus padres y los vio contentos, entonces abrazó feliz a su gallina. Nunca más volvería a perderla.
Los Reyes se la habían devuelto con una cantidad de pichoncitos, que no la dejarían escapar. Miró al cielo para agradecerles y vio cómo los Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Baltazar, se perdían allá arriba, detrás de una nuve grandota. Mientras su Picarona le picaba los dedos para que la soltara.
lunes, 29 de marzo de 2010
BUENOS VECINOS (Novela) Premio "Fray Mocho"

No siempre lo reprobable está en las apariencias, sino en el fondo oculto de las miserias humanas, donde a veces los personajes que la sociedad exorciza, son los más rescatables desde el punto de vista de los valores humanos.
Porque así somos los que fuimos jóvenes en aquella década fantástica, en la que enhebramos un rosario de principios que soñábamos altos y nos hacían volar más alto aún...
Somos los del “ prohibido prohibir” , los de “ hagamos el amor y no la guerra” , los que empezamos a transgredir las normas del “ bien vestir” clásicas , quienes soltamos las piernas al viento al compás de Mary Quant y sus minis mínimas , las que descubrimos que Twwiggy era así de flaquita , las que consideramos que no podríamos estar sin un “ petite robe noir” tipo Chanel , las que copiamos a Jackie, las que vimos emerger de Sierra Maestra una esperanza, las que nos enamoramos para siempre de Sinatra y “ My way” , las que tomamos como ícono sensualote e inocente a Marylin , los que vimos cómo las bellas artes renacían con las ideas arriesgadas de Andy Warhol ,los que rechazamos todos los Vietnam, los que propusimos “ empoderar” a las mujeres” , los que consideramos nuevos modos de amor y respeto por cada uno, las que suspirábamos como Susanita y terminamos tomando las banderas de Mafalda ...
Somos aquellos mismos, pero la ciudad es otra...
Dicen los que saben que llegados a estos tiempos de la vida, nos enfrentamos a una nueva paradoja: el desapego y la reminiscencia.
A medida que el tiempo pasa, nos quedan los recuerdos contrastando con los huecos de esta vida extraña que nunca supusimos iríamos a transitar, con estos bruscos movimientos de fragmentación de todo un mundo que estalló en la globalización como en un big bang impredecible.
Conforme van pasando los años, uno se prende de los recuerdos para enfrentarse a una cuestión inexcusable: rendirse a la evidencia de que cuando aquellos días eran prometedores, estábamos rompiendo diques de contención de toda una historia y saber que en medio del aluvión uno debe sostenerse en el recuerdo de sus horas decisivas para asirse a un madero que permita la autorreferenciación.
Cabe, en la literatura, escribir para escribirse, narrar para narrarse, construir un relato abarcador y diacrónico, un suceso que se despliegue y justifique y nos justifique. Y que no se hable de egos sobredimensionados, por las dudas, aclaremos, somos apenas pequeños habitantes de un universo en mutación y precisamos construirnos y reconstruirnos día por día.
Y que no quede duda alguna: en pleno siglo XXI, los de los 60 y a los 60, estamos de pie y listos para seguir ocupando espacios... y bien ganado que tenemos ese derecho.
Por allí suena, nos parece, la voz de John Lennon y creemos estar escuchando “Imagine”. Y nuestros sueños siguen intactos... ¡qué maravilla!, ¿verdad?
Elsa también perdió el paraíso, no es ajena a esta mudanza de las cosas… pero lo recobró en esta novela que hoy nos entrega.
El suyo es un paraíso urbano, de barrios con vecinos y conversaciones, de costumbres compartidas, de sucesos extraños que conmueven y alborotan el ambiente, de descubrimientos e invenciones que sacuden el lento acontecer de los pueblos y sus gentes, de malentendidos y comentarios, de ir y venir afanosos en busca de la cuota de asombro que permita renovar el oficio de vivir.
La narrativa entrerriana ha sido más dada a registrar las épicas que al transcurrir menudos de los pueblos. Han prevalecido las historias con gauchos indómitos, chuzas ardorosas y ánimos bravíos, los cantos a la libertad rebelde…
María Esther de Miguel logró zafar de este destino y se ubicó en un borde ricamente ambiguo, pero tuvo que acudir a Buenos Aires para el reconocimiento.
Las que aquí nos quedamos, hemos dado lucha sostenida para no naufragar en nuestros intentos…y no siempre lo hemos logrado. Persistimos, sin embargo…persistimos…
Entendimos justo que se reconociera, también, a estas narrativas urbanas, amables, pintorescas y pícaras. Por eso, celebramos que este premio mayor de nuestra literatura, el Fray Mocho, haya sido otorgado a Buenos vecinos, novela entrerriana, bien entrerriana , que nace de una mujer que nos sonríe mientras deja que sus reminiscencias y sus ficciones entretejan una historia agradable, placentera y celebratoria de nuestras costumbres, nuestros modos de vida y nuestra forma de ser.
Era hora de que el discurso oficial y hegemónico aceptara y validara que las mujeres nos hemos empoderado en la palabra y que tenemos nuestro propio y legítimo lugar. No ha sido fácil y hemos pagado el precio por nuestros atrevimientos, ¡vaya si lo sabremos!
Pero aquí estamos… ¿quién nos para ahora?"
La lluvia lenta y fría se prolongaba sobre los campos dormidos en aquella noche de junio. Sonoro repiqueteo sobre el techo de cinc de la habitación del estudiante.
Alonso Suárez se movía inquieto en su lecho, la pesadilla había regresado. Soñaba, soñaba otra vez con la vieja. Veía nítidamente su sonrisa maliciosa y desdentada que le sonreía desde el cielorraso; mientras sus ojos perversos lo observaban fijamente sin apartar ni por un momento su mirada de la del estudiante. Luego, la cabeza sola de la mujer, apartada por completo de su cuerpo, descendía, descendía…, lentamente, y quedaba detenida en el aire, justo sobre su rostro, hasta que una carcajada siniestra se adueñaba del silencio y desvanecía el sortilegio.
Alonso Suárez se despertaba sobresaltado, encendía la luz y se quedaba sentado en la cama, sin atreverse a dormir nuevamente, ante el temor de que el sueño se repitiera. Era un sueño espantoso que volvía cada noche para atormentarlo.
Desde que doña Tomasa, la dueña de la pensión, le contó aquellas historias, el muchacho vivía atormentado.
Hacía cerca de un mes que había llegado a Paraná para estudiar.
Por medio de unos amigos conoció a la familia Mendieta, que no tenía pensión, pero si una casa antigua, muy grande y le ofreció una habitación en el altillo, que el joven aceptó contento. Le pareció un lugar agradable, además de cómodo para vivir, ya que quedaba en el centro de la ciudad.
En realidad eran dos construcciones viejas comunicadas por un boquete en el tapial del fondo que hacía las veces de puerta.
“la casa de papito”, como las dueñas la llamaban.
Esas ruinas, habitadas solamente por arañas y murciélagos, eran un misterio para todos los que no fueran de la familia. Ellas decían que él seguía viviendo allí, y por eso les resultaba fácil venir a visitarlas por las noches, convertido en fantasma.
Las cosas permanecían en su lugar, como don Roque las había dejado.
-No queremos tocar nada, para que él pueda moverse entre sus cosas conocidas.
Todo hacía sospechar que el hombre había tenido allí un pequeño negocio. Por que doña Tomasa, la única que de vez en cuando cruzaba el boquete del tapial, volvía con madejas de lana para tejer, o con algún comentario malicioso sobre los espíritus que habitaban la vieja mansión, con el único propósito de inquietar al joven pensionista, que la miraba azorado y tembloroso.
-¡No me van a creer si les cuento lo que me pasó! –comentaba alarmada-. Cuando pasé por debajo de la ventanita del baño, oí el ruido de la lluvia y de alguna otra canilla, por que eso parecía una catarata. Entré rápidamente pensando que se habría roto algún caño y que podría inundarse todo. Debía solucionar el problema lo antes posible. Pero, ¡oh! sorpresa, al llegar me encontré con toda la cañería perfectamente cerrada, pero el piso y la bañera estaban llenos de agua ¿Me pueden explicar ustedes semejante misterio? ¡Porque lo que es yo, no sé qué decir! –decía mientras abría desmesuradamente los ojos y los fijaba en la aterrorizada mirada del pensionista.
Algunas veces, el estudiante soñaba que la mataba, la colgaba con una soga en la habitación que estaba en el fondo del patio –a la que Alonso nunca había entrado- y la pobre mujer quedaba pateando en el aire, mientras él escapaba desesperado.
Esa pieza de chapas, escondida entre el pastizal y los árboles, y adonde nunca se veía ir a nadie, despertaba la curiosidad del joven, por los comentarios misteriosos y en voz baja de sus dueñas.
Es el “refugio de los espíritus” –decían las mujeres tratando de acentuar cautelosamente sus palabras, para darle mayor oscuridad y secreto al comentario. Afirmaban que los mismos solían esconderse en ese sitio, cuando sofocados de tanto encierro –la casas abandonada permanecía siempre cerrada-, cruzaban el boquete del tapial que separaba las dos viviendas, y se encontraban con gente extraña. Entonces buscaban ese escondite, para que no los descubrieran.
Tanto misterio lo atormentaba. Más aún, cuando algunas veces, a medianoche, a la hora en que todos descansaban, él había oído voces que provenían de ese lugar y lo habían despertado.
Y a la mañana siguiente, después de haber pasado toda una noche aterrado y sin poder dormir preguntaba qué era, las dueñas le contestaban con evasivas, y esto lo intrigaba aún más.
domingo, 28 de marzo de 2010
Diálogos con Carlos Mastronardi

Mucho se ha escrito sobre Mastronardi, poeta grande entre los nuestros, y cuya obra completa tiene en prensa la Universidad del Litoral. No obstante, Elsa Serur toma un tema original: el de los amores de este poeta que nunca quiso atarse a un compromiso matrimonial, pero guardó celosamente todas las cartas de las mujeres que lo amaron y cuyo acervo posee por legado la señora Serur.
Ella ha construido con dichas cartas esa pequeña obra que, a través de esas misivas releídas en la noche, “en momentos en que la realidad se desvanece”, aparece en forma espectral el autor, ante su mesa de lectura, para comentarlas con Elsa y agregar desconocidos toques de ternura sobre aquellas damas que, con apego y pasión, llegaron a escribirlas.
El nocturnal ambiente favorece el diálogo con la sombra de Mastronardi, diálogo que Elsa recoge en la habitual destreza de su escritura, llevándonos a conocer la intimidad del poeta con palabras precisas y elocuentes.
La obra de Serur merecía ser editada para darnos otro aspecto de un Mastronardi siempre desconocido, y por la eficiente labor de la autora que, con frescura y elegancia, transita por aquellas cartas largo tiempo olvidadas, para ofrecernos otra verdad del poeta que mucho amo y fue amado desde su más joven presencia en Gualeguay. No en balde, en su primera poesía publicada (Tierra Amanecida, 1926) ya lo demuestra diciéndonos: “Volverá mi abandono a su cariño”, marcando un alejamiento que será la tónica de su vida afectiva.
Emma Barrandéguy
Gualeguay, abril de 2005
Y hay mucho plata, algo de río y de pescador en este oscuro amante. A pesar de tanto encendimiento.
Y digo latido, porque Elsa Serur de Osman en esta cronológica recopilación epistolar nos aproxima a las mujeres que hicieron menos sola la solitaria vida de este gran escritor entrerriano que un día entregó lo que quedaba de tanta pasión para que Elsa nos mostrara este otro Mastronardi; que también él la soledad da poca confianza, quería que no muriera del todo.
Quien deposita algo tan íntimo (más allá de haberse manifestado que se quemaron algunas, ahogaron otras y enterraron muchas), en las manos de alguien en este caso las de Elsa, las deja en el aire, para el desparramo, el goce, el aleteo o tanto vuelo como le pone precisamente. Elsa, amiga y conocedora de la obra, junto a Eise, de este definidor definitivo de lo infinito.Tu trabajo, Elsa, tiene esa maravilla que en esta obra nombra con insistencia, profundamente, los crisantemos amarillos y le habla al jilguero. También algo del rocío, gota y lágrima y mucho de tanta ceniza y de poesía.
Concentrada en la lectura, y alucinada tal vez por tantas horas sin sueño, repasaba aquellas misiva que casi mágicamente habían llegado a mis manos mucho tiempo atrás y que, cada tanto, me agradaba releer.
En ese momento justo en que la realidad se desvanece y la imaginación se adueña de nosotros, percibí un fuerte olor a cigarrillo que venía de las habitaciones oscuras y lo inundaba todo. Era una niebla espesa y perfumada que se expandía suavemente, envolviendo en ella la figura del viejo poeta que se acercaba con movimientos inseguros.
Retorna por un momento de la morada eterna, con sus pasos lentos, apenas perceptibles, que hieren el silencio y recorren la vieja casa buscando algún libro olvidado. Ya está junto a su escritorio –por que yo estoy sentada junto a su antiguo escritorio. Enajenada, y sin poder creer lo que me estaba ocurriendo, oigo su voz trémula:
-¡Mis papeles, mis libros, mis anotaciones, mis cartas! Todo lo dejé en esta antigua casa. Quiero verlos, recuperarlos por un momento. ¡Usted los está revisando, los está leyendo!
Recuerda que yo se los entregué antes de morir, ¿lo recuerda?, en sus propias manos, y en esta misma habitación, donde me agradaba quedarme horas leyendo y escuchando el murmullo de la gente que pasaba por la vereda. Me traía recuerdos de mi niñez.
“Así transcurrían las noches y me encontraban las mañanas. Vienen a mi memoria unas madrugadas de otoño en que la lluvia, regular y apacible como en el tiempo de la infancia, traía la eternidad al seno de las horas”.
“El tiempo me esperaba
desnudo como un grito –susurró apenas-”.
Entrevista de Claudio Carraud para El Diario de Gualeguay
El nocturnal ambiente favorece el diálogo con la sombra de Mastronardi, diálogo que Elsa recoge en la habitual destreza de su escritura, llevándonos a conocer la intimidad del poeta con palabras precisas y elocuentes.(Emma Barrandeguy, abril de 2005)
“El libro habla sobre los amores de Mastronardi a partir de las cartas escritas por las mujeres que lo amaron y que él me entregó pocos días antes de morir. Y algunos diálogos que rescatan su posición frente a la vida y el arte”, afirma la autora de este libro que promete hacernos conocer al gran poeta gualeyo en una faceta más íntima.Sobre las expectativas que tiene con este libro, Elsa sostiene “de que se conozca mejor a nuestro gran poeta, porque a través de este libro se conoce el contexto donde se desarrolló su vida y la influencia de la misma en su obra”.
- ¿Cómo nace la idea del libro?-
Elsa Serur y su esposo Eise Osman conocieron íntimamente a Carlos Mastronardi. “Lo conocimos en el café Tortoni, en Buenos Aires, por intermedio de un amigo. Desde mi época de estudiante admiraba a Mastronardi y Borges; y cuando tuve la suerte de conocerlo, de ser invitados por él para compartir un café en el Tortoni para mí fue muy gratificante, cuenta Elsa. Además, gracias a él conocimos a Borges. Ya no recuerdo la fecha pero nosotros éramos muy jóvenes y él ya era una persona mayor. A pesar de la diferencia de edad, nos hicimos muy amigos y nuestra amistad se fue profundizando cuando vivíamos en Holt y recibimos una extensa carta donde elogiaba los poemas de Eise, que luego prologó. Y vino a nuestra casa para leer la última prueba de galera; el libro se llama Poemas”.
-¿Cómo era la personalidad de Mastronardi?-
Claudio Carraud
http://www.eldiariodegualeguay.com.ar/
Selección de Elsa Serur y Eise Osman

sábado, 27 de marzo de 2010
Editorial Universidad Nacional del Litoral
La UNL celebró los 15 años de su sello editorial.
El Centro de Publicaciones reconoció a autores y funcionarios que hicieron posible el proyecto editorial universitario. En el acto se anunció una nueva colección: “Ciudad”. También comenzó la distribución gratuita de diez mil ejemplares de cuentos para los chicos.
II Feria del Libro de Concordia y la Región
Universidad Nacional de Entre Ríos
Asociación Gremial de Docentes Universitarios
Ediciones Universidad Nacional del Litoral
FERIA INTERNACIONAL DE BUENOS AIRES
Como ya es tradicional en la organización de este importante evento de alcance mundial, en cada jornada se destacan indistintamente países y provincias argentinas.
Antología de humor entrerriano
Los autores contemporáneos que participan en el libro son Tuky Carboni, Adolfo Argentino Golz, Luis Luján, Elsa Serur, Eise Osman, Orlando Van Bredam, Américo Schvartzman, Oscar Blanc, Miguel Pepe, Luis Salvarezza.